
ANA RODRÍGUEZ MANCHA
Sin duda, una de las mejores etapas del ciclo de la vida es la maravillosa infancia, etapa de mucha co-dependencia al padre, la madre, tutores o cuidadores (abuelos), siendo estos los mentores en el transitar del crecimiento y desarrollo de las habilidades y capacidades intelectuales, emocionales, sociales y motrices de los aprendices de vida. Este periodo es uno de los más importantes, ya que abarca desde el nacimiento hasta antes de la adolescencia y se divide en una primera y segunda infancia, con el objetivo de crecer, descubrir y desarrollarse física, cognitiva y emocionalmente. Esta fermentación del ser humano se lleva a cabo en el núcleo principal de la sociedad, que es la familia, recinto ideal para detectar a tiempo anormalidades congénitas en la infancia.
En México, el cáncer infantil es la primera causa de muerte por enfermedad en niños, niñas y adolescentes de 5 a 14 años. Lo anterior a propósito del Día Internacional contra el Cáncer Infantil, que se celebra el 15 de febrero de cada año, y por supuesto, es apremiante la concientización, educación y prevención de este enigmático tema. La leucemia linfoblástica aguda (LLA) es el cáncer más común en niños, niñas y adolescentes mexicanos. Aunque su etiología se desconoce, el componente genético es el principal factor de riesgo. El diagnóstico es todo un reto, tanto que hasta los pilares familiares pueden no prestar atención a los síntomas, al creer que es un “proceso normal” del crecimiento. Esta gran simuladora puede manifestar una variedad de síntomas inespecíficos, que pueden confundir fácilmente hasta al ojo más experto.
Algunos mitos de la infancia que se expresan en la consulta de primer nivel son pensar que el crecimiento del niño o niña suele doler y que es normal presentar un semblante pálido, pérdida de peso y fatiga, solo por el simple hecho de crecer. Lamentablemente, la cultura, el ajetreo diario, el trabajo y los roles dispersos en la educación familiar son algunos factores que impiden el adecuado conocimiento personal y familiar en la detección de enfermedades. El principal reto es la comunicación asertiva, siendo esta la piedra angular en la prevención; sin ella, los infantes no tendrían la oportunidad de expresar su malestar y, por ende, recibirían una atención tardía al problema de salud.
Dentro de las manifestaciones clínicas se pueden encontrar la pérdida de peso evidente y no intencionada, cansancio o fatiga, dolor óseo constante y persistente, sudoraciones nocturnas sin causa aparente o fiebre por más de siete días sin motivo y que no cede con medicamento, palidez de piel y conjuntivas, crecimiento de bolitas en cuello, ingle o axilas, dolor y contractura de cuello (tortícolis), sangre en orina, encías o nariz, puntos rojos o moretones en la piel repentinos sin justificación, reflejo blanco en pupila, dolor de cabeza persistente que despierta durante el sueño y aumento de tamaño en el abdomen o cualquier parte del cuerpo, etc. Cada uno de los signos o síntomas antes mencionados debe ser estrictamente supervisado y estudiado por un médico o médica, ya que, entre más temprano se detecte la sintomatología, mayor será la supervivencia y las posibilidades de una cura para el paciente.
Si sospechas que tu hijo o hija presenta uno o varios de los signos y síntomas antes mencionados, lo primero que debes hacer es mantener la calma, no angustiarte sin aún saber el origen de los síntomas y acudir lo antes posible con el médico o médica de cabecera para realizar un interrogatorio, revisión a profundidad e iniciar un protocolo de estudio de los síntomas. Se realizará una exploración física detallada y se solicitarán pruebas auxiliares para el diagnóstico. Actualmente, la gama de tratamientos ofertados para cada tipo de cáncer es sumamente eficaz, y gracias a los avances científicos, hoy se puede decir que el cáncer es curable si se detecta a tiempo. Unidos por la salud familiar, juntos detectemos con amor.