MARIFER MARTÍNEZ QUINTANILLA
Las palabras te protegen
Alejandro Zambra, Formas de vovler a casa
“¿Cómo es que dices?”, me preguntó Elisa en una clase. Creo que estábamos en un aula del edificio E de Filología. Era de los nuevos, salones amplísimos con las ventanas abiertas y corrientes de aire que cortaban la delgada piel de mis nudillos. En ese edificio había vistas a Casa de Campo. Había hecho alguna intervención y Elisa me había interrumpido con esa pregunta. “¿Devolverse?”, le respondí con otra. “Sí, eso. Me parece bella esa expresión, aquí no se usa”, agrega la profesora. No recuerdo de qué lectura hablábamos, tampoco lo que dije. No recuerdo a detalle ese momento –en realidad, cada vez recuerdo menos o noto mi memoria del primer año más empañada–, pero sé que, hasta ese momento, yo no había notado esa diferencia. Aquí se dice: regresar. Yo digo volver, devolver, devuelto. Por algún motivo me suena más… circular.
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¿Cómo se devuelve una? ¿Cómo se vuelve a casa? ¿Cómo se dice adiós?
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“¿Cómo que cuando me vaya? ¿No me vai a dejar o sí?”, me escribe V. contestándome la story donde compartí la columna anterior. Escucho su acento chileno y dulce en ese mensaje. Le respondo con un audio: “A mí también me agarró por sorpresa cuando lo escribí”.
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4 de mayo, 2024
¿Cómo será… cómo lo haré cuando por fin diga adiós a esta ciudad, a este país? Cada año que ha pasado hace que esta relación se vuelva más feroz, aferrada, con vaivenes de pasión y rabia, de cierta violencia. Mi relación más dañina ha sido aquí, ha sido con esta ciudad y este país. También la que más me ha enseñado, sino de la vida, de mí por lo menos.
Muchas veces vago.
Vago perezosamente en los entresijos de las calles, en las grietas que se abren en mis rutina, dejando que el agua se escurra dentro y humedezca todo, dañando los cimientos y debilitando la estructura.
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El primero de julio me mudé de vuelta a Madrid capital. Ahora estoy en un piso con roomies. El piso es grande, con un salón que me fascina y una terraza donde desayuno y leo por las mañanas antes de ponerme a trabajar. Si la mañana es fresca, entonces las primeras horas de trabajo las paso ahí. Estoy cerca de todo aquí, pero no lo suficientemente cerca de las cosas importantes.
Esa semana de mudanza me quedé en ceros. Los últimos 150 euros que me quedaban los utilicé para inscribirme a un taller de no ficción. El primer taller de escritura que he tomado desde que emigré. El día que realicé el bizum tuve una angustia terrible. ¿Cómo estaba gastándome mi dinero en un taller de escritura? De ahí a que cayera la próxima quincena iba a estar raquítica. Pero esos días escribí. Cuando no queda nada más, escribo. Pero las últims dos semanas me ha costado escribir en el ordenador: sentarme, abrir la computador e inicar word con el formato predeterminado y vaciar mis apuntes ha sido casi una tarea imposible. Para algunos las palabras pueden ser un escudo, para mí son un poco sentencias, promesas, decisiones.
Hubo un periodo en la primavera del año pasado en el que tuve un síntoma nuevo: estaba un poco muda. Quienes me conocen saben que Marifer callada es un oxímoron. No quería hablar, así como en otras ocasiones no quería comer. Al caer la noche, en lugar de hablar en la cama, prefería dormir y no decir nada más. En una sesión con mi analista le dije que, lo que en realidad ocurría, era que ya no podía hablar de otras cosas que no fueran las que quería decir. El elefante en la habitación.
Siento ahora una reticencia a escribir porque, como en otras ocasiones, me da miedo decir lo que en verdad quiero decir: Quiero volver.