
FROYLÁN ALFARO
Imagina, querido lector, que todo en lo que has creído desde tu infancia, desde la moral hasta el significado de la vida, se desvanece ante tus ojos. Piensa en los valores que guían tu existencia, en la idea del bien y del mal, en el sentido que das a tu esfuerzo diario. Ahora pregúntate: ¿qué sucedería si todo esto no fuera más que una construcción humana, una ficción que alguna vez tuvo sentido, pero que ahora ha dejado de tenerlo?
Desde niños, hemos aprendido a confiar en ciertos valores como si fueran absolutos, como si estuvieran escritos en la estructura del universo. Pero Friedrich Nietzsche, el filósofo alemán, nos advierte: “Dios ha muerto”. Con esta frase, no se refiere simplemente a la muerte de una deidad, sino a la desaparición de la creencia en un orden moral objetivo, pues durante siglos la idea de Dios ha servido como fundamento de la verdad, la justicia y la moral. Pero en el mundo moderno, según Nietzsche, esa base se ha derrumbado.
Podría parecer que esta afirmación nos sume en el caos, que sin Dios no hay nada que guíe nuestras acciones, que todo estaría permitido. Pero Nietzsche no ve esto como una pérdida lamentable, sino como una oportunidad. La muerte de Dios nos obliga a asumir la responsabilidad de crear nuestros propios valores en lugar de aceptar aquellos impuestos por la religión o la tradición. No hay una moral universal que nos dicte cómo vivir; somos nosotros quienes debemos forjar nuestro propio camino.
Pensemos en cómo la sociedad ha construido su sentido de justicia y moralidad. Por siglos, la religión proporcionó una explicación del bien y el mal, pero ¿qué sucede cuando la religión pierde su influencia? Para Nietzsche, la respuesta es el nihilismo: la sensación de que nada tiene sentido. Sin embargo, él no se detiene en la desesperación, sino que propone una solución: el superhombre, aquel que es capaz de superar el nihilismo y crear sus propios valores.
Es decir, la libertad, la verdadera libertad, no está en seguir normas externas, sino en inventar, en crear nuestro propio sentido de la vida y comprometerse con él. La muerte de Dios no significa el fin de la moralidad, sino el nacimiento de una nueva forma de existir, basada en la afirmación de la vida y en la creación de nuevos significados.
Ahora, querido lector, piensa en lo que esto implica para la manera en que vives tu vida. Si no hay un orden moral preestablecido, ¿qué sentido darás a tu existencia? Nietzsche nos desafía a no ser esclavos de viejas creencias, nos desafía a convertirnos en los arquitectos de nuestra propia realidad.
Quizás esta idea te resulte inquietante. Nos gusta pensar que el mundo tiene un sentido inherente, que hay principios universales que nos guían, que hay un destino ya escrito. Pero ¿y si, en lugar de buscar respuestas externas, nos atreviéramos a crear nuestras propias razones para vivir?
Tal vez la pregunta más importante no es si Dios ha muerto o no, sino preguntarse ¿qué haríamos con esa libertad si la tuviéramos? Si ya no hubiera leyes divinas que nos impidan hacer el mal, ¿qué haríamos? ¿Es realmente un mundo sin Dios, un mundo tan terrible?