
La fotografía no es sólo una forma de ver, sino una forma de no olvidar. En el disparo de una cámara puede caber un mundo que arde, una memoria que insiste, una verdad que incomoda y embellece a la vez. Hay quien mira con la intención de capturar la luz, y hay quien mira para que no se apague lo que tantos han querido sepultar en sombra.
Desde los márgenes más vivos de la ciudad, desde la noche, el antro, la esquina herida de un barrio, Eriko Stark ha construido con imágenes un archivo del deseo, de la rabia, del gozo travesti. Sus fotografías no piden permiso: aparecen como testimonio, como espejo, como trinchera. Lo que para otros sería una estética “underground”, en sus manos es una ética de la resistencia. Lo que otros habrían descartado como exceso, se vuelve en su lente urgencia política.
Pero no sólo encuadra: Eriko escribe, investiga, recupera. Hay en su trabajo una voluntad de reunir los fragmentos del tiempo queer que la historia oficial ha querido silenciar. Más de cincuenta cuentos y poemas inéditos encontrados, autores que existieron sin dejar rastro, voces que todavía susurran desde libros rotos, desde papeles que alguien se empeñó en esconder. Ésta es su forma de hacer memoria: no desde el lamento, sino desde la reconstrucción amorosa, desde la búsqueda incansable.
La ciudad que retrata también es la que lee. En cada página, en cada rostro drag, en cada poeta olvidada hay una afirmación contundente: aquí estuvimos, aquí estamos. La fotografía y la literatura convergen en su obra como dos rutas del mismo mapa, como faros que iluminan el mismo archivo.
Y es que hacer archivo es arder con todo lo que se ama: con las amigas travestis que se alzaron en tacones, con los poetas que escribieron aunque no los leyeran, con los cuerpos que danzan porque no tienen otra forma de decir “yo soy”. Las imágenes de Eriko Stark no buscan adornar una realidad; la exponen. Nos recuerdan que mirar también es una forma de implicarse, de tomar postura, de hacer del arte una herramienta viva de denuncia y belleza.
Queridas lectoras y estimados lectores, celebramos, pues, este archivo que es llama y refugio. Esta entrevista no es solo una conversación: es una invitación a ver con los ojos bien abiertos. Porque si no hacemos memoria, ¿quién lo hará? No lo olviden: juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero