KAREN SALAZAR MAR
¿A dónde va una cuando no tiene a dónde ir?
Los perros sin hogar se vuelven callejeros que después muerden, decía mi mamá, así también le pasa a la gente.
Laura Baeza
Cuando una empieza a leer un libro cuya protagonista es una adolescente no espera terminar con un hueco en la boca del estómago. Una se imagina que, como el inicio de cualquier novela de formación, después de una serie de circunstancias adversas la protagonista al final mirará su yo infantil de un lado y su yo adulta del otro y caminará con la esperanza en el punto más alto del horizonte. Sin embargo, esto no pasa aquí. Laura Baeza es implacable con los personajes de esta historia, como es la vida misma, retrata en cada una de las páginas una realidad cruda que se repite en miles de familias que ahora están entre nosotros, en cualquier ciudad, sobre todo en ésta.
En la sombría textura de El lugar de la herida, la autora nos sumerge en un abismo profundo y abrasador, donde la realidad y el dolor se entrelazan en una novela oscura de desesperanza y resistencia interna. Este libro no sólo cuenta una historia, sino que nos lleva a un viaje sin retorno por los rincones más oscuros de la sociedad, una marcada por la violencia, la corrupción y la decadencia.
La novela de Baeza se construye sobre una serie de contrastes: la juventud perdida de Lucero frente a la madurez dolorosa de Dolores, el amor deformado frente al amor incondicional, la violencia física frente a la violencia institucional. Cada página es un golpe, una herida abierta que sangra a través de las palabras, dejando al lector con una sensación de impotencia y rabia:
¿Cuánto puede doler el nudo en la garganta cuando estás formada dos, tres, cuatro horas, y el sol sale de ya no sabes dónde, avanza y se instala caprichosamente en tus mejillas, y no solo te queman los rayos, la resolana y duele la garganta también el pecho, el resto del cuerpo, duele todo mientras esperas que te digan que te van a ayudar y ahora alguien va a buscar a tu hija?
Fotografía extraída de X: @ laurahbaeza
La prosa de Laura Baeza es un reflejo de la crudeza de su tema. Sus palabras son afiladas, sus descripciones, vívidas y desgarradoras. Cada frase está cargada de una intensidad que no deja indiferente, una intensidad que se siente con la suavidad del filo de una daga. La autora no suaviza el golpe; por el contrario, nos enfrenta cara a cara con la brutalidad de una realidad que muchos prefieren ignorar: hay desaparecidos, hay trata, hay violaciones y aquellos rostros que vemos con indiferencia son los de personas reales que viven esta realidad afuera de nuestra cotidianidad privilegiada.
El lugar de la herida es más que una novela; es un testimonio, un acto de denuncia que obliga a mirar de frente a las heridas abiertas de un país que se desangra. Es un espejo roto que refleja las múltiples facetas del dolor, del sufrimiento y de la resistencia. Baeza ha logrado con esta obra no sólo capturar la esencia de una tragedia nacional, sino también dar voz a aquellas que han sido silenciadas por el miedo, la violencia y la corrupción.
Es en este espacio de heridas abiertas donde Baeza nos invita a reflexionar, a cuestionarnos, a no olvidar. Porque en El lugar de la herida no hay lugar para el olvido; cada página es un recordatorio de la urgencia de recordar, de la necesidad de no cerrar los ojos ante la realidad que nos rodea.
La estructura de la novela, con sus cambios de perspectiva y de tono, refuerza la sensación de inestabilidad y caos que permea la vida de los personajes. Baeza juega con el tiempo, con los recuerdos y con las percepciones para crear una narrativa que refleja el estado mental de Lucero y Dolores, una narrativa que no sigue una línea recta, sino que serpentea, se detiene y se retuerce, al igual que las vidas de sus protagonistas.
Lucero, como personaje, es un enigma doloroso. Su juventud, que debería estar llena de promesas y descubrimientos, es en cambio un terreno fértil para el horror. La autora nos presenta a una joven atrapada en una relación que, en su núcleo, es una contradicción brutal. Pero si Lucero representa la juventud atrapada en la red de la violencia, Dolores es la encarnación de la maternidad desgarrada, del dolor eterno de una madre que busca a su hija desaparecida. Dolores no es sólo un personaje; es un símbolo de las miles de madres en México que han sido abandonadas por un sistema que no reconoce su dolor ni sus demandas de justicia. A través de Dolores, Baeza da voz a estas mujeres, cuyas vidas han sido marcadas por la ausencia, por la pérdida y por la lucha incansable. Da voz a aquellas mujeres que no tienen derecho a guardar unos días de luto, que tienen que seguir con aquella vida que tenían antes de ser y no ser madre, de preferencia con una sonrisa en el rostro, un hacer como que no pasa nada.
La narrativa de Dolores es un grito sordo, una súplica constante que resuena en el vacío. Su búsqueda de Nancy no es sólo la búsqueda de una hija; es la búsqueda de una verdad que ha sido negada una y otra vez por las autoridades, por la sociedad, e incluso por aquellos que deberían estar a su lado.
Baeza retrata la corrupción sistémica que enfrenta Dolores. Las instituciones, que deberían ser baluartes de justicia, se revelan como maquinarias de indiferencia, donde cada expediente es sólo un número rojo más, cada caso, una estadística que se diluye en la burocracia. Dolores se enfrenta a un muro impenetrable, un sistema diseñado no para resolver, sino para ocultar, para enterrar aún más profundamente las verdades incómodas. La esperanza quedaba puesta en una hoja que nadie se detenía a ver, dice Dolores.
México desangrado
El lugar de la herida no podría entenderse sin el contexto en el que se sitúa. México, en la narrativa de Baeza, no es sólo un lugar físico; es un personaje en sí mismo, un ente descompuesto por la violencia, la corrupción y la impunidad. Baeza pinta un retrato descarnado de un país donde la vida humana ha perdido su valor, donde la muerte es una constante y la desesperanza, un compañero habitual. La familia que bendice a sus recién llegados antes de transformar a las adolescentes en muñequitas de aparador. La madrina y el padrino que se respetan en contraposición de la niña de la familia que cuida a las niñas secuestradas que no escapen. El hijo recién nacido arrancado de las manos de una madre adolescente que ni siquiera alcanzó a comprender qué es lo que le pasaba, o simplemente no le importó.
El México de Lucero, Dolores y Nancy es un México donde no le importan a las instituciones educativas si las niñas dejan de ir a la escuela, donde las casas de retención son más numerosas que los campos de juego, donde las desapariciones son cotidianas y la justicia, una utopía inalcanzable.
El ambiente que rodea a los personajes es opresivo, casi asfixiante. Las calles, las casas, los espacios en los que se desarrolla la acción están impregnados de una sensación de peligro inminente, de una violencia latente que en cualquier momento puede estallar. Baeza utiliza estos escenarios no solo como telones de fondo, sino como extensiones del estado emocional de sus personajes. El México que nos presenta es un lugar donde la esperanza está enterrada bajo capas de corrupción y donde la justicia es un concepto vacío.
La invitación en esta ocasión es, por supuesto, a adentrarse en este universo creado por Baeza, pero también a no olvidar, a no mirar hacia otro lado. Este libro nos recuerda que detrás de cada cifra, de cada noticia de una nueva desaparición, hay una Lucero, una Dolores, una Nancy, cuya vida ha sido truncada por un sistema que ha fallado en protegerlas. Porque olvidar es el primer paso hacia la repetición del horror y, como lo dice Lucero, Era como si nos dijeran que no íbamos a salir de ahí porque era una pesadilla y de una pesadilla nadie despierta sólo porque sí.