ISIS ABIB AGUILAR SÁNCHEZ
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Una de entre mis muchas pasiones es discutir con los docentes, siempre me ha generado una adrenalina indescriptible. Es raro este gusto y aún más al pensar que no siempre fue así, pues en la primaria al ser hija del profesor y después estar en el cuadro de honor se esperaría que siempre fuera la alumna bien portada que no cuestiona la autoridad. Supongo que me cansé de la exigencia y fue cuando en la adolescencia irrumpí con lo establecido y comencé a cuestionar a la academia.
Cuando era niña preguntaba el porqué de todo, con una curiosidad inagotable. Pero más allá de buscar una respuesta lógica o científica sobre por qué el cielo es azul, más bien me preguntaba por qué es azul y no verde, por qué cuidamos a los perros, pero comemos a las vacas, por qué las niñas pueden usar falda y los niños no. Y de esa misma manera han sido mis discusiones con los docentes, por qué el profesor está arriba de un escalón y los alumnos abajo, por qué los baños de los docentes los lavan diario y los del alumnado cada semana, por qué los alumnos les obligan usar uniforme y a los docentes no, por qué leemos un libro y no otro; y así sucesivamente.
Y, aunque a veces termino satisfecha con alguna respuesta que da conformidad a mi curiosidad desafiante, otras veces me ha provocado enemistarme con los profesores, como aquel profesor de inglés que me humilló exhibiendo mis inseguridades, o el profesor de derecho que me corría del aula con pretextos absurdos como estornudar. Usualmente me da igual que los docentes no estén de acuerdo conmigo o no comprendan mi intención de hacer ciertas preguntas, y pocas veces recuerdo lo que me responden. Pero, tengo una excepción, nunca se me va a olvidar algo que una vez me respondió un profesor cuando cursaba la Licenciatura en Economía después de cuestionarle una afirmación misógina que hizo. Me dijo: “El feminismo es un invento del capitalismo para distraer a las mujeres de la verdadera lucha, la lucha de clases. Debería de cuestionarse cosas más interesantes, como la intervención del gobierno en la economía”. Me marcó tanto esa respuesta porque quedé helada, no supe que decir.
En su momento realmente creí que no había nada que cuestionar en su argumento, pensé que los aportes teóricos de los diversos economistas otorgaban las herramientas suficientes de análisis, comencé a nombrarlos: Adam Smith, David Ricardo, Thomas Malthus, Karl Marx, Alfred Marshall, Milton Friedman, Jhon Maynard Keynes. Todos hombres. En otras disciplinas ya hay un reconocimiento y promoción a la participación de la mujer, desde hacer un Día de las Escritoras o un Día Internacional de la Niña y la Mujer en la Ciencia. En la física el primer nobel otorgado a una mujer fue en 1903, mientras que el primero en economía fue en 2009. ¿Acaso las economistas aparecieron hasta el siglo XXI?
Basta con hacer una breve búsqueda en internet y aparecerán varios nombres de mujeres economistas. O al igual que Adam Smith o Karl Marx que eran filósofos, pero se les conoce como economistas, podríamos incorporar a filósofas como Flora Tristán, quién escribió “Hasta el hombre más oprimido encuentra a alguien a quien oprimir: su mujer. La mujer es la proletaria del proletariado.” Autora que seguramente no leyó aquel profesor de economía que despreciaba la incorporación del feminismo en la economía.
Pero, aún más grave me parecía que yo en los cuatro años y medio de licenciatura nunca había leído, ni si quiera me habían hablado de alguna mujer economista. Después revisé la bibliografía del programa de estudio y encontré sólo un par de antologías escritas por hombres que hablaban sobre el pensamiento de Rosa Luxemburgo, recordé que la profesora de demografía enfatizó en decir que su material de apoyo era escrito por una investigadora, también la mayoría de la bibliografía de organización industrial era escrito por mujeres, pero el profesor nunca lo mencionó y cuando hacía referencia decía “según los autores” escondiendo a las autoras en un falso general masculino.
Ahora entiendo por qué en la discusión con el profesor de economía no supe que decirle. Pues claro, la misma universidad me educó para no saber cómo responderle, no tuve las herramientas teóricas necesarias para apoyarme. La bibliografía son esas letras chiquitas al firmar el contrato de la educación y ahí decía que protagonizaban los hombres promoviendo una economía masculinizada.