Por María Libertad Aguilar Carlos
El mundo abunda en dualidades, una de ellas es lo femenino-masculino, una idea que va más allá de la condición biológica del sexo, tal como elabora Nietzsche entre lo apolíneo y lo dionisiaco, siendo el dios Apolo el Dios del Sol, representando lo racional y la luz de la verdad; mientras que Dionisio es identificado como lo terrenal, relacionado a la creatividad artística y lo místico-religioso. Esto se ha trasladado al diseño de tal forma que se puede catalogar a ciertos tipos de diseño en esta dicotomía.
Entendiéndolo como concepto, el diseño de interfaz necesita el equilibrio entre esta dualidad, más por su naturaleza intrínseca podría decirse que el diseño de la interfaz de usuario es indiscutiblemente femenino. El diseño de interfaces se entiende como la forma de comunicación entre las personas y los equipos de cómputo, donde el usuario interactúa con un medio tecnológico a través de la interfaz dando diversas entradas que se traducen en salidas para intercambio de información entre el sistema y el humano, en otras palabras, la forma en la que interactuamos con los sofisticados lenguajes computacionales traducidos en imágenes, y diseños interactivos que se nos presentan de forma más amigable, cálida y humana. En el contexto del diseño de interfaces de usuario, lo apolíneo podría manifestarse en la organización lógica de la información, la consistencia visual, y la claridad, el orden en el que debieran presentarse estos elementos, los códigos y lenguajes técnicos que respaldan las instrucciones que damos a un programa para que ejecute nuestras instrucciones. Es lo que proporciona una base sólida y predecible para la interacción. Por otro lado, lo femenino representa lo emocional, lo instintivo y lo caótico, aquí lo dionisíaco puede encontrarse en la creatividad, la expresión artística y la capacidad de conectar emocionalmente con los usuarios. Puede dar lugar a elementos visuales más expresivos y atractivos, que despierten sensaciones y emociones en quienes interactúan con el sistema.
Entonces, ¿por qué decir que este diseño es femenino?
¿No nos parece decididamente femenina – que no feminista – esta metáfora?
¿No nos parece que el corazón – pasividad activa – es siempre un corazón de mujer?
(Espinosa Proa, 2012).
El ser o pertenecer a un género implica lidiar con la belleza natural del mismo, con las ventajas y desventajas, como mi abuela solía decirme: “la belleza es una espada de doble filo”. Se debe saber también cómo manejar las dificultades que incluye. Lo femenino determina no sólo que un diseño se vea bonito y cumpla funciones básicas, también que sea placentero, cálido, amable, sutil, sencillo al interactuar, educador, consistente y con capacidad de aprendizaje. Un diseño (al igual que la mujer) cuando es excepcional, es capaz de cautivar y nos enamora. El diseño de interfaces puede incorporar una variedad de características intuitivas, emocionales e instintivas para brindar una experiencia de usuario más rica y significativa, que, aunque no sean propias de un género, se asocian a la parte sentimental y con pensamiento holístico del carácter femenino, entendido como idea a la que nos referíamos en un principio, en donde si hay estudios sobre la percepción y procesamiento por género, donde, por ejemplo las niñas prefieren siempre abarcar el conocimiento de todo un sistema, de un mundo, etcétera; mientras el que los niños pudieran enfocarse más en las partes, en cada objeto o cada detalle por separado.
En la informática, al igual que en muchos otros campos, lo femenino es una construcción social y cultural que abarca una amplia gama de características, roles, valores y expresiones que históricamente se han asociado a la mujer, y que hoy en día trabajamos de manera constante para hacer evolucionar esta visión que se tiene de nosotras y sensibilizar sobre el toque fundamental que tenemos que aportar a todos los campos de las ciencias y de las artes, ya no sólo como musas o como espectadores, sino como actoras fundamentales en la creación y avance tecnológico en el que habremos de imprimir nuestra capacidad única de no solo ver y comprender el mundo, sino de sentirlo e intuir aquello que pudiera pasar desapercibido a la mirada fría de Apolo.