A veces hay versos que te evocan otra vida, otros tiempos, otros páramos. En algunas ocasiones la sensibilidad es tal que vas contando sílabas como saltando en un bebeleche y te detienes en una imagen que repites uno y otra vez.
Me ha pasado con contados autores, una imagen que se me pega en la piel y en los sentidos, el verso pronunciado a causa del delicioso goce de mover la lengua alrededor de las sílabas que bailan desnudas, otras veces es el silencio que se queda antes de la epifanía de leerte y reflejarte más allá del cristal de una ventana de agua que te nombra con la boca de otro.
Podría decir, por ejemplo, “No soy nada” y que “llevo en mí todos los sueños del mundo” y sabrían entonces que ese primer verso no fue tatuado por cualquier otra sentencia, podría decir «El silencio es un espejo negro/ donde se ahogan todas las preguntas» y tendrían la certeza de que la falta de escritura no es ausencia de cuestionamientos. Podría decir muchas cosas, evocar paisajes, lecturas recostada en la habitación de mi abuela, con las lágrimas de un adiós que se queda a fuerza de no nombrarse, las líneas donde resuenan la niña, la joven y la mujer adulta, todas declamando al mismo tiempo “Y arrodillada en la orilla de un mar transparente me haré un corazón nuevo con sal y barro”.
En los versos de La edad terrible resuena la memoria mía y la de Enna Osorio Montejo, su tiempo, el mío y el de la humanidad se entrelazan, remiten a lo íntimo, la voz del yo, y a lo colectivo: nosotros. Y así me quedo pasmada en medio de la arena, frente a lo inconmesurable, al declarar en voz baja, pero firme “Mi cama es una balsa sobre el río; […] /Aunque la casa tiemble/a nadie importa”.
Espero, queridas lectoras y estimados lectores, que –como yo– disfruten de las palabras de Enna Osorio y de la lectura que ofrece otro gran poeta y amigo: Ibán de León. Disfruten de este encuentro y quédense con nosotros en este sorbito de poesía. Y no lo olviden, juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero