
El amor tiene colmillos largos y dedos suaves, se anida debajo del ombligo y su corazón es un náufrago que avizora una isla. El amor se siente como los cantos de cuna de la abuela y como un panal reverberante en la boca del estómago. El amor es un verso subrayado, un aullido a medianoche y el galope de un cuerpo sobre otro. También los cantos bajo la lluvia y el beso aquel de la memoria, orquídeas de supermercado y una canción amarilla.
El amor es partir, quedarse, crecer, despedirse, tocarse, morderse, acicalarse y tomarse de la mano durante una vigilia dolorosa. El amor es encontrar las palabras suaves para traducir los aguijones del pecho, transformar dagas en algodón de azúcar, el dolor en placer y el placer en tranquilidad. El amor tiene el aroma de hogar.
El amor sabe al primer sorbo de café por la mañana, es el horizonte infinito, dos atardeceres en el rostro. El amor es un disco de vinilo dando vueltas sobre un baúl en el que se guardan memorias, es un juego de té y un viaje a tierra de los abuelos. El amor se escribe con cuatro letras que besan más allá de la obviedad aparente.
El amor es complejo y sencillo. Escribir sobre él es un reto, escribir es amar, amar es escribir. Nos leemos en el cuerpo del otro y nos leemos en los poemas de amor más cursis. Las canciones empalagosas nos gustan más cuando lo general lo llevamos a nuestra particularidad, a nuestra persona que tiene los ojos más bellos, la más linda sonrisa, los abrazos más cálidos. El lugar común es común a fuerza de recordar y desearlo. La cama seguramente es el lugar donde reposan los sueños que nadan entre la lujuria y el amor, las plazas que observan a los amantes caminar cada noche hasta casa, las regaderas que los ven ducharse: objetos voyeuristas que testifican a los testigos mutuos.
Hoy, estimados lectores y queridas lectoras, les dejamos un número en el que celebramos el amor. Catorce poetas nos han regalado sus poemas de amor favoritos. Imaginen el reto que fue: no es fácil elegir el poema de amor favorito, regalarlo y traducir el sentimiento que evoca a un par de líneas, pese a que se supone que conocemos el artilugio del lenguaje. Les invitamos a dejarse llevar en las olas de este mar, a ser parte del calor de hogar y, ¿por qué no?, a dedicar alguno de estos textos a esa persona que las palabras le evocan.
No lo olviden, ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero