DANIEL FERRERA
Fotografía: Royal poinciana. Getty Images
Recuerdo que siempre he sentido una atracción inusual por los árboles. Me llaman la atención por lo quebradizo de sus gajos, las formas extrañas de sus ramas, los colores irreales de las hojas con las luces del día. De los ejemplares típicos de mi región, los que más me gustan son el jabín, el almendro, el ciricote y el flamboyán. Éstos son unos árboles de copas monstruosas que con el viento parecen aullar y al cortarlos brota resina como leche. En mi pueblo abundan. De hecho, en mi patio hay uno. A veces creo que es una mujer que se peina; en otras, no más observo sus frutos caídos. Es una ceiba: un árbol alto, de raíces profundas y sinuosas, que da un sombra fresquísima, exquisita, ideal para colgar una hamaca o también para suicidarse.