ENRIQUE GARRIDO
Existen muchas expresiones en la vida que nos marcan por la cantidad de veces que las repiten, las cuales pensamos como verdades inalterables y absolutas, guías de vida y comportamiento que replicamos, pues son la estructura segura que nos dio el mundo adulto para poder aspirar a un futuro medio seguro, a saber “obtener buenas calificaciones te asegurará un gran futuro” o “el mundo es de los triunfadores” o “hay que comerse al mundo”.
En la pasada entrega de los Emmy, el británico Elton John ganó el premio en la categoría “mejor especial de variedades (en vivo)” por Elton John Live: Farewell from Dodger Stadium, lo que le da el prestigioso estatus de EGOT, es decir los que han ganado los Emmy, Grammy, Oscar y Tony. Esto lo coloca en un selecto grupo de grandes artistas como Mel Brooks, Whoopi Goldberg, Richard Rodgers, Helen Hayes, Rita Moreno, entre otros. Sin duda es merecido, pues todos conocemos Rocket Man (I Think It’s Going to Be a Long Long Time) o I Just Can’t Wait to Be King, esta última parte del soundtrack de El Rey León, en contraste con lo que pasó con la serie Better Call Saul, la cual rompe un record por demás curioso, haber estado nominada desde 2015 hasta en 53 ocasiones en distintas categorías en los ya mencionados Emmy.
Lo anterior me hace recordar los sistemas con los cuales éramos calificados y definidos. Bajo esos parámetros, Elton John estaría en el cuadro de honor y todo el crew de Better Call se encontraría estigmatizados por entregar resultados mediocres, se sentirían frustrados, estudiarían Letras, se dedicarían a la edición y escribirían columnas para… mejor demos unos pasos para atrás. Las evaluaciones son esenciales en la vida, pues pueden determinar mejoras en procesos, establecer líneas de acción para aumentar el desempeño, y otras linduras que le encantarían a tu jefe; sin embargo, siempre existe el riesgo de llevarlo al plano personal, competitivo y frustrante. ¿De verdad es para tanto? ¿Necesitamos la aprobación en forma numérica? ¿Todos tenemos una Lisa Simpson que exige ser calificada, evaluada y saber que es buena? ¿Sabernos malos nos detendría en nuestras vocaciones?
En 1959 una película irrumpió en la escena, no tanto por su cast ni por su presupuesto, sino por lo particular de su historia, la cual iba de extraterrestres que pretenden convertir cadáveres humanos en zombies asesinos. Plan 9 del espacio exterior era una película hecha con base en la improvisación. Ed Wood, su director y veterano de guerra, carecía de presupuesto más no de intención. Como si se tratara de un cadáver exquisito cinematográfico, la historia se modificaba cuando faltaban elementos de producción, así el día se convertía en la noche dentro de una misma escena y los extraterrestres cambiaban de forma o vestimenta. Este ejercicio de imaginación exigía una completa separación de la realidad y la lógica en pos de disfrutar una de las películas más alucinantes de Hollywood.
El denominado «Peor director de la historia» nos regalaría otras películas entre las que destacaban Glen o Glenda donde exploró su travestismo, pues confesó estar en el frente de batalla mientras usaba ropa interior de mujer, o La novia del monstruo protagonizada por el emblemático Bela Lugosi y el luchador Tor Johnson, quién particularmente no tenía un talento para la pantalla.
La filmografía de Ed Wood fue tachada de irrisoria por la falta de elementos de producción y a su director, como una broma; no obstante, no era un cínico, sino un verdadero amante del cine. A la edad de 11 años recibió una cámara de obsequio y allí descubrió su vocación. Las películas de Wood no ganaron un Emmy u Oscar, no figurarán en las listas de los galardonados porque no los necesitan, son producto de la pasión del director por contar historias sin pretensión. Su vida fue inmortalizada en la pantalla por Tim Burton y para variar protagonizada por Johnny Deep. En ella podemos ver el optimismo que los acompañó en cada producción.
Hoy en día, las películas de Ed Wood son consideradas de culto, y su historia nos recuerda que los premios no son necesarios si buscamos expresarnos a través del arte, si nuestro deseo de contar algo es grande, siempre habrá otros locos que nos entenderán y apreciarán el valor de nuestra pasión. Al final, la vida no se trata de tener el reconocimiento de los otros, sino de decir lo que queremos y divertirnos en el proceso.