Por: Ezequiel Carlos Campos
Para Mario Vargas Llosa, lo mejor que le pasó en la vida fue aprender a leer a los cinco años, explica en muchas entrevistas. La edad podría variar para cada uno de nosotros, sin embargo, la acción de leer es, quizá, la misma: el momento en que pudimos decodificar los símbolos que dicen algo, como si nuestros ojos, el cerebro y después nuestra boca fueran el mecanismo que da vida a esas figuras impresas. Vargas Llosa explica que fue su madre quien influyó en su aprendizaje lector, en una convivencia masiva de libros familiares. En mi caso, por ejemplo, no fue así, mi hogar carecía de libros que me inquietara entenderlos.
El aula fue el lugar donde aprendí a leer —obviamente mis ejercicios de casa, acompañado de mi madre, fueron parte importante en el proceso—, entendiéndolo como la acción propia de comprender lo que un libro dice. Pero fue hasta la preparatoria cuando puedo decir que aprendí a leer en todas sus palabras. Me explico: mi docente de literatura influyó en mi canon literario, me ayudó a descubrir los libros que me gustan, aquellos con la capacidad de llevarme a otros mundos, de soñar, de enamorarme, incluso aquellos que les tengo un cierto recelo.
Esa clase de literatura me enseñó a creer en los libros, por lo que la relación libro-aula me lleva a las primeras lecturas serias con un afán de conocimiento y entendimiento, así como la escritura de los ensayos para pasar el semestre; una escritura que en la actualidad sigo ejerciendo, aquella que, por seguir citando a Vargas Llosa, implica un esfuerzo de oficio, como si escribir implicara levantarse temprano, planear el texto y ponerse manos a la obra, adiestramiento que sigo aplicando en mi vida de estudiante de posgrado.
Ni hablar de la lectura, desde entonces es una parte importante en mi quehacer cotidiano, más allá de un entretenimiento: es la energía a la máquina de la que hablo. Cuando el Nobel peruano explica que aprendió a leer a esa edad fue porque conoció los libros de aventuras que fueron importantes en su vida, Julio Verne y Emilio Salgari, principalmente.
A esa edad yo no conocía historias, no había algo que me hubiera marcado como al escritor. Sí lo fue en esa etapa de mi vida, justo cuando lo conocí a él, a Vargas Llosa, junto con los autores del Boom Latinoamericano. Desde ese punto de vista, puedo decir que soy un lector tardío, que descubrí la literatura en un momento en que era necesaria. A todos los lectores nos pasa de distinta manera. Esa fue la mía.
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