Mira hacia arriba y hacia abajo, clávate en las formas y observa cómo se repiten los patrones de lo que circunda en las estructuras de todo lo que conocemos, respiramos, sentimos y vemos. Piensa en la gota que contiene la forma de un charco o de un pedacito de mar, imagina el cúmulo de bosques que contiene cada pino y observa cómo las formas del universo se reproducen en nuestras pupilas, las neuronas y las raíces de nuestro sistema sanguíneo, tan similares también a los ríos.
Un fractal es aquella pieza del rompecabezas que tienen la misma estructura de lo que conforma algo más grande. Un fractal es el encaje de la abuela, por ejemplo, el fragmento de un recuerdo que nos lleva a la primera consciencia del horizonte y también al desgajamiento de los colores de un amanecer que se acompaña con una taza de café que humea en medio de la humedad de una cascada, el semidesierto matutino o los ojos del amante.
Un fractal también es la estructura que le da engranaje al mundo y cuerda al reloj de los tiempos más antiguos, pero también es el cúmulo de visiones de los artistas que crean, novedosos dioses modernos, los colores, las formas y la textura de la existencia en un hexágono, un círculo y una comunidad.
Ser fractal de un fractal, por lo tanto, es tomar un pincel para enmarcar un pedacito de mirada, una miga de vivencia y una visión chiquita de la vida, como si entrecerraras los ojos y pudieras ver, al fin, un cuadro más chiquito de la perspectiva de un águila que va en vuelo sobre nuestra cabeza, un cuadro de la visión de un molusco que conoce la noche en las profundidades y los rayos de sol que se filtran cuando la marea está baja.
Estar en un fractal es sentirte una ola que acompaña a otra ola, una que saluda y huye, que se esconde debajo de las rocas donde encallan los navíos, o sentirte un gordolobo silvestre que existe sólo para morir en manos de un nonagenario que se ríe de la inocencia de una mujer joven que le quiere llevar girasoles: estar en un fractal es sentir el vértigo de un bucle que se abre y se cierra, sentirse un girasol siendo un gordolobo silvestre.
Entonces, con base en la repetición constante, se genera un desprendimiento en la consciencia y brota de entre las grietas la libertad de la geometría, volvemos a las formas como al útero materno para sentir la protección de una cueva, de la tierra y del fuego, vamos del sepia a los morados y azules, y de pronto ya navegamos a las nebulosas y habitamos los años luz en el mismo segundo que nos anclamos a la mano de un recién nacido. Somos arriba y somos abajo, a los lados y en todo el tiempo en un inocente copo de nieve que cae en la lengua de una niña que esperaba con ansias su primera nevada.
Fractal es también un encuentro a la orilla del acantilado entre Carlos Alberto Sánchez, Leopoldo Elías Smith MacDonald, Claudia Lorena Alvarado, Enrique Barajas Pro, Guillermo Méndez, Alejandro Herrera, Juan José Macías, Javier Cortés, José Olivares, Hulvia Rivera, Susana Díaz, María Mier y Javier Malo, quienes –en voz de J. Arturo Burciaga C.– “son los constructores” que cincelan los colores en un marco de madera.
En esta exposición de Godiva Galería, como bien lo explica Arturo, “se gana en movimiento y en reposo, donde, en realidad, no puede darse un efecto estético puro, porque la dependencia de las fuerzas creadoras es permanente. Es el empeño en observar abstracciones reunidas y separadas al mismo tiempo; […] la forma aniquila la materia”.
La creación es un acto fundamental e inminente, los artistas plásticos que convergen en la punta de este mismo cauce son entes que hacen de un jornal cotidiano una actividad sacra. Las siete jornadas características de la tradición se vuelca en una cosa opuesta –y no− a causa de la transgresión: se abren frente a nosotros las posibilidades de un dios que pincela la humanidad y de un artista que esculpe la realidad tangible de ser un creador. La muestra la tenemos en estas páginas y nuestro Virgilio personal es Alfredo Castellanos con “Seis jornales y el descanso”.
Y como el fractal se hace tangible en las heridas internas, Alberto Avendaño nos narra su experiencia de un ser sintiente que va en un autobús llevando la poesía como único equipaje en “La cicatriz que no llega”: el aprendizaje de un poema que aparentemente pudiera parecer mediocre, incluso malo, y en el que converge la estética en su máximo esplendor: la pequeñez del vacío y el alba que se vuelve un instante.
Porque el sepia y el amarillo convergen en las tonalidades de los encuentros con nuestros poetas de cabecera, Marifer Martínez Quintanilla nos habla de su encuentro personal con los nenúfares y los crisantemos en “La naturaleza es el péndulo entre vida y muerte: aproximación a Antonia Pozzi”.
Además, como ya se dijo, la poesía se encuentra en las esquinas más remotas del mundo y Ezequiel Carlos Campos nos hila de los mensajes poéticos en las señaléticas, los autobuses y las paredes de los baños, y de estos mensajes a un personaje que no dista mucho de ser cualquiera de nosotros, la prueba está en su colaboración de la semana: “Poetas intencionales”.
De igual forma, porque no nos puede faltar el aliento poético, les traemos “Cuatro poemas de Jesús de la Garza”, quien nos lleva de la imagen al destino de un joven poeta, de un monoambiente a la ironía, de un signo al entendimiento, a una crítica y la transgresión de un artista pop que también se convierte en el dios de la Coca-Cola.
Desde el ardid de las máquinas artificiales a las corporales, Perla Yanet Rosales Medina nos inmiscuye en un tema complejo, donde la línea de jugar a ser dios se vuelve delgada en “La inteligencia artificial en la medicina humana”, ¿dejaría en las metafóricas manos del ChatGPT las decisiones sobre su salud?
Sobre una decisión e invitados incómodos, les traemos también el cuento “Llegaron un viernes” de Berenice Barragán, en el que una situación cualquiera nos lleva a pensar si debemos o no abrir las puertas de nuestra intimidad con tanta confianza. Para pensarse todo lo anterior.
Y para cerrar El Mechero de esta semana abrimos los ojos ante la tétrica visión de un bosque lleno de fractales, a su modo, y un habitante que nos mira desde el centro de la nebulosa.
No olviden tomar la forma que más le plazca: ser gota, bosque o gordolobo, no olviden pensar más de una vez en las advertencias que nos vigilan desde el otro lado de la geometría, no olviden dejar la puerta abierta a las dudas y la poesía, así como cerrarlas a los inquilinos molestos, pero sobre todo no olviden que juntos incendiamos la cultura.
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero