ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
En un breve, pero hermoso ensayo, Italo Calvino apunta a que una de las razones por las que la sociedad humana se estanca y se regodea en la mediocridad es el perene choque entre las generaciones. Los jóvenes abuchean a los viejos y les reprochan su mezquino conservadurismo y los mayores suelen (solemos) quejarse de la excesiva frivolidad de la juventud. Es inevitable, se hace uno mayorcito y las cosas de la muchachada pierden encanto, mientras que para ellos constituyen el cenit de sus pasiones. Según el escritor cubano, si nos sentáramos a platicar en calma, sin sacarnos la lengua ni mandarnos al demonio, podríamos llegar a acuerdos prósperos, cosa que no sucede: es más fácil disgustarnos, encerrarnos en nuestro caparazón y vomitar en redes sociales nuestro muy habitual enfado los unos por los otros.
¿Qué sucede con este choque, pero no entre generaciones, sino entre especies? Más precisamente, entre los seres humanos y sus replicantes; al final del día los autómatas, la inteligencia artificial y los dispositivos no son sino nuestros engendros, surgieron de los seres humanos, pero ganan día a día una independencia espeluznante, para algunos que los consideran una amenaza, mientras que otros los encuentran útiles y hasta encantadores. ¿Podemos llegar a construir una sociedad para todos, géneros, especies, viejos, jóvenes, razas, etc…? Por supuesto que no, y así nos lo demostró en 1982 Roy Batty, el replicante llorón de la película de Ridley Scott: Blade Runner.
Como la armonía, la paz y la tranquilidad son fabulas muy trasnochadas, más vale ser honestos y soportarnos con nuestros gustos y disgustos, con nuestros encuentros y desencuentros, vivir hasta donde sea posible (ya falta muy poco para extinguirnos) y dejar de anhelar el inalcanzable paraíso terrenal, al final quizá nos demos cuenta de que el cielo y el infierno no eran otra cosa que nuestra imaginación.
Juan Carlos Badillo Herrera (aka el “Ojos”) es un creador plástico que fluctúa entre los contrastes de su tiempo y su sociedad, lo mismo trabaja una pintura de caballete que un mural colectivo en un barrio peligroso, impulsa un proyecto con niños y discute con las viejas vacas sagradas, de la academia y del oficio; tiene “don de gentes”, pues sabe poner en la mesa de discusión su discurso artístico sin demeritar el de otros. Badillo Herrera ejerce un dibujo tenaz, su trazo es decidido y eléctrico, tiene predilección por las formas orgánicas, que recuerdan a los magueyes, la lechuguilla y las palmas del desierto, no se limita al ejercicio plástico, parte de su obra es “la intervención”, edita fanzines, hace pintas callejeras, prepara los mejores tamales veganos de la ciudad; entre sus temas destacan la crítica y la valoración de la mexicanidad, los encuentros con la historia nacional, el pasado precolonial y el presente postcolonial, la ciudad, el desierto, sus entes y sus disidentes.
¿Quien traga corazones y se enraíza con sus lenguas aferradas a la tierra será ella misma, enfrentada y doliente en el cruento sol de nuestros días?, o quizá la fuerza misma de la voluntad de vida; aquí tenemos una ciudad ardiente, poblada de rascacielos, es un páramo marchito donde los esqueletos de hierro y hormigón esperan a hacerse polvo; en estas estampas apocalípticas Badillo Herrera hace el retrato espiritual de la difícil época que, por estar aún con vida, podemos padecer y gozar a veces con el sentimiento álgido de ser eternos, en la ignorancia o el esquivo de nuestra finitud, en el calorón de las tres de la tarde que me obliga a parar aquí.
Autor: Juan Carlos Badillo Herrera
Gráfica digital
Serigrafía y stencil sobre papel
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