ADSO E. GUTIÉRREZ ESPINOZA
La confianza, la solidaridad y la empatía son dos pilares de cualquier comunidad académica, estos los conocemos los estudiantes de posgrado en México, en particular quienes recibimos becas de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación, antes Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Quienes recibimos apoyo de esta Secretaría, solemos constituir redes de apoyo y de comunidad científica para enfrentar las dificultades económicas y emocionales de la vida académica, así como los retos en el desarrollo de nuestras investigaciones. Por tanto, estos pilares no son sólo gestos de generosidad entre los estudiantes y los docentes, sino una estrategia de supervivencia colectiva y apoyo mutuo. Por supuesto, este sentido de comunidad es un aspecto que no siempre se nos cuenta, pues son partes dulces que descubrimos cuando se estudia un posgrado y se desarrolla una investigación científica, cualquiera que sea el área.
Por supuesto, es idóneo que se conformen estas comunidades científicas, con el fin de brindar redes de apoyo a todos los estudiantes y científicos en ciernes, sin importar el área del conocimiento. Su constitución se volvió más sencillo, y en cierto modo eficiente, a partir del uso de redes socio-digitales, como los son Facebook, Instagram, WhatsApp y X. De hecho, no es un secreto, existen grupos en Facebook y canales de WhatsApp en los cuales se brindan información y apoyo de todo tipo a los becarios, estos grupos son independientes a las cuentas oficiales de la Secretaría, los institutos universitarios y los centros de investigación. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando alguien emplea estos grupos y la disposición de ayudar de sus integrantes para estafar y robar dinero?
Hace unos años, entre los grupos de becarios Conacyt, o mejor dicho entre sobrinos de la tía Cony (ahora la tía Secih), sucedió una situación que atentó contra la cohesión de los sobrinos y su empatía. El hecho es el siguiente: una mujer armó todo “teatro”, en el que decía ser paciente de cáncer para obtener apoyo económico de estudiantes de posgrado, incluso, por muy extraño que parezca, solicitaba desnudos de varones. La estafa que implementó era bastante simple, viéndola desde la distancia: grabaciones que mandaba en la que tosía, lloraba y se quejaba del “dolor provocado por el cáncer”; grabaciones en las que afirmaba sobre supuestos problemas económicos y la dificultad de pagar los medicamentos y la quimioterapia; fotografías de brazos pinchados y máquinas de quimioterapia para administrar el tratamiento de manera intravenosa, y mensajes en las que afirmaba estar recibiendo la quimioterapia en el Hospital Materno Perinatal “Mónica Pretelini Sáenz”, ubicado en Toluca, Estado de México.
Ilustración 1. La mujer cangreja. prompt. ChatGPT, OpenAI, Enero 29,. 2025. https://chatgpt.com.
Hubo estudiantes que cayeron en la trampa e hicieron donativos. Me acerqué a la mujer para preguntarle, de manera empática, sobre su situación de salud (sabiendo de las dificultades que implica el cáncer) y ver si se podía gestionar apoyo por parte de la universidad (ella había mencionado que estudiaba la Maestría en la Universidad Autónoma del Estado de México). Ella me comentó que se encontraba, justamente, recibiendo la quimioterapia y me dio un nombre, evidentemente falso. Me acerqué al Hospital y pregunté por la paciente y se me informó que, si bien tienen un área de consulta externa para pacientes con cáncer, las quimioterapias se aplican en el Centro Oncológico Estatal y no había una paciente con ese nombre; se comunicaron con el Centro, en virtud de una solicitud de empatía, en el sentido de que era una mujer con problemas económicos a quien quería apoyar económicamente, e indicaron que no tenían una paciente con ese nombre. Al tener esta información, se la hice saber a la mujer fantasma y, como un cangrejo, se movió a los costados hasta desaparecer en el mar del bloqueo. Después, un grupo de becarios investigó más a cabalidad y desenmascaró a la estafadora. Evidentemente, ella desapareció y borró su huella en el mundo virtual.
Esta mujer cangreja, además de herir a la comunidad, expuso una herida aún más profunda: el temor a que la empatía pueda convertirse en una vulnerabilidad. ¿Qué ocurrió con estos estudiantes que apoyaron económicamente y se enteraron de que fueron traicionados? Evidentemente, ellos sintieron desconfianza (y con justa razón). A partir de un engaño como éste, hay un replanteamiento en muchas personas si deben seguir apoyando, con natural generosidad, causas similares en el futuro, por miedo a ser nuevamente víctimas.
No obstante, ¿una mala experiencia, una mujer cangreja, cierra las puertas a la solidaridad? Casos como éste afectan negativamente la cultura de la donación, pues deterioran la confianza en quienes realmente necesitan apoyo y la solidaridad de los donantes. En la actualidad, por ejemplo, las redes socio-digitales han sido herramientas para campañas de recaudación, con el fin de hacerlas más accesibles y virales, pero también han abierto espacios para el engaño. Las plataformas de crowdfunding, como GoFundMe, han sido escenario de numerosos fraudes, a tal grado que la misma implementó esquemas para combatir las campañas fraudulentas. Esto genera una paradoja: cuantas más historias conmovedoras circulan en Internet, más difícil se vuelve distinguir las legítimas de las fraudulentas.
Estos engaños pueden tener un impacto devastador en pacientes reales, con dificultades económicas y que dependen del apoyo de una comunidad. Si la sospecha se generaliza, las donaciones podrían reducirse, perjudicando a quienes realmente las necesitan. En consecuencia, es importante encontrar un equilibrio entre la empatía y la prudencia. La mujer cangreja obligó y al mismo tiempo recordó la importancia de verificar la autenticidad de los casos (irónico, si se considera que esta estafa ocurrió en un ambiente académico y científico). Algunas medidas incluyen las siguientes: solicitar documentación médica, contactar directamente con familiares o incluso canalizar la ayuda mediante organizaciones con credibilidad, y la transparencia en el uso de los fondos.
Pero ¿es justo permitir que una mala experiencia cierre las puertas a la solidaridad? Si bien es necesario aprender a verificar la autenticidad de las solicitudes de ayuda, también es importante no caer en el cinismo. La solución no está en dejar de ayudar, sino en encontrar mecanismos más seguros y organizados para hacerlo. Es significativo fomentar una cultura de verificación antes de compartir o donar. Preguntas simples como “¿quién respalda esta campaña?” o “¿hay pruebas documentales?” pueden marcar la diferencia entre apoyar una causa justa o ser cómplice involuntario de un fraude.
Por otro lado, la estafa de la mujer cangreja ejemplifica cómo las redes pueden ser tanto una herramienta para la solidaridad como un vehículo para el fraude. Al compartir una historia emotiva, los usuarios generan un efecto dominó: cada nueva publicación añade credibilidad a la narrativa, incluso si no hay pruebas concretas que la respalden.
Este fenómeno plantea una pregunta importante: ¿qué responsabilidad tienen los usuarios y las plataformas en la propagación de estos engaños? Si bien las redes sociales no pueden (ni deben) convertirse en tribunales de validación, es evidente que los mecanismos de fact-checking son insuficientes cuando se trata de casos personales.
Además, la viralización de estos fraudes no sólo afecta a quienes fueron estafados, sino que también impacta la percepción pública sobre las campañas legítimas. Las redes han hecho que el público sea más escéptico, lo que significa que quienes realmente necesitan ayuda enfrentan mayores dificultades para obtenerla.
Es necesario fomentar una cultura de verificación antes de compartir o donar. Preguntas simples como “¿quién respalda esta campaña?” o “¿hay pruebas documentales?” pueden marcar la diferencia entre apoyar una causa justa o ser cómplice involuntario de un fraude.