DIEGO VARELA DE LEÓN
Uno de los problemas que sigue presente en nuestra cotidianidad, sin duda, es el cumplimiento de las normas sociales preestablecidas para lograr una convivencia armoniosa entre unos y otros, y que sin embargo en ese devenir social aun es una debilidad del Estado de derecho, entendido como aquel en donde la ley es el parámetro de comportamiento de las personas y de las instituciones. Y una de las causas de esta debilidad radica en el bajo apego a la legalidad que tenemos como sociedad.
Sin duda la “legalidad” es una frase tan presente y sonada en nuestros días, pero ausente en nuestros actos, formas y modos de vida. Podremos decir que el fomento de la cultura de la legalidad debería de ser una “política pública” donde tienen o deberían de tener injerencia los tres órdenes de gobierno del Estado Mexicano, cuyos antecedentes parten de la teoría del derecho, y estos deberían estar no sólo insertados, sino practicados en la administración pública, hasta llegar a una visión prospectiva que la convierta en una de las más promisorias líneas de acción de la planeación y programación del desarrollo nacional.
Ver la cultura de la legalidad nos implica observarla desde diferentes niveles, en primer nivel será necesario el pleno conocimiento del plexo normativo, es decir, de la ley, comenzando por nuestra Constitución; en segundo nivel, será que el respeto a dicha ley deberá formar parte de nuestra cultura, es decir, del actuar cotidiano de la sociedad y, finalmente el tercer nivel, será cuando se infrinja dicha norma legal, entonces deberán de producirse las consecuencias previstas por ésta.
Es decir, la cultura de la legalidad como concepto expreso pareciera un tema ajeno a la reflexión de los juristas tradicionales y actuales, aunque sin duda ha estado implícito en sus análisis sobre la existencia, eficacia, validez, legitimidad o legitimación de las normas jurídicas. En su Teoría General del Derecho y el Estado, Kelsen señala que la validez de un orden jurídico depende de su eficacia y pierde su validez cuando la realidad deja de coincidir con él, sin especificar si se refiere a la realidad normada o a la realidad de la aplicación u observancia de la norma jurídica.
De hecho, hay una larga tradición de pensamiento que nos dice que los conflictos entre seres humanos deben ser dirimidos a través de cauces previamente establecidos por aquello que algunos han comparado con la representación más clara de la racionalidad del derecho. Para los estudiosos del derecho hablar de orden normativo, legalidad, seguridad jurídica o más genéricamente de fines del derecho, les resulta cotidiano o al menos comprensible que al resto de sus congéneres. Las dimensiones sociales del derecho son claras para quienes tienen el bagaje cultural de la formación universitaria como abogados, pero ¿qué sucede con quienes no la tenemos? Entonces, pues, a simple vista el asunto pareciera complicarse, pero afortunadamente no es así, porque el derecho es algo que atañe no solamente a los jueces, legisladores o abogados, sino algo que nos concierne a todas y todos. El derecho es parte de la vida. Concierne, incumbe y afecta en todos los campos de la vida, pero además el derecho es una herramienta poderosísima de cambio social.
Es decir, cuando el congreso vota una nueva ley, al mismo tiempo modifica la conducta de quien es sujeto de esa ley, lo cual significa que, si la ley es regresiva, la conducta regulada será regresiva, pero si, en cambio, la ley es progresista, obliga a las personas a modernizarse, a tomar actitudes diferentes, es decir, regula, cambia, orienta y transforma.
De tal suerte que el Derecho y la Cultura de la Legalidad deberían ser parte de nuestra cotidianidad y con esto me refiero a nuestra cultura como parte de un conjunto de conocimientos, ideas o teorías que se han conjuntado y sistematizado. Luego entonces podríamos decir que, en una acepción simple, la cultura de la legalidad es el imperio de la ley. Y me refiero a que debiera estar incorporado a nuestra vida cotidiana como lo están otros muchos aspectos de esta, es decir en nuestros actos, formas y modos de vida enmarcada siempre dentro de la Cultura de la Legalidad.