
La Lune à un mètre, de Georges Méliès
Por Gibrán Alvarado*
Al iniciar a escribir esta columna recordé la ingenuidad de un grupo de estudiantes de secundaria que con un Nokia 3220, presentado en 2004, se divertían creando cortometrajes fantásticos, terroríficos o de situaciones cotidianas en las aulas, durante el receso o en sus salidas vespertinas a realizar trabajos en equipo. Fueron tan visionarios que con la ayuda de otro celular le ponían banda sonora, según la temática abordada, a los filmes, cuidaban los encuadres, las secuencias y la verosimilitud de los sucesos. Un personaje lanzándose desde el tercer piso de un edificio que al caer rodaba por unas escaleras y mostraba en primer plano su dolor o, en algunas ocasiones, su inmunidad ante tan aparatosa caída; un alumno en primer plano que con un chasquido salía de un salón de clase y aparecía en los pasillos o un mentalista que con su capacidad podía abrir y cerrar a placer las puertas de Bodega Aurrera.
Estos adolescentes no lo sabían, pero con esa herramienta novedosa, una función añadida para pausar la grabación, estaban emulando a un francés que más de cien años atrás había puesto en práctica estas habilidades con menos recursos, gracias a su capacidad inventiva, analítica y visionaria. Georges Méliès fue esa figura importante y revolucionaria del cine. Primero incursionó en los teatros como ilusionista y después, a partir de haber asistido a las proyecciones públicas de los hermanos Lumière, se hizo con uno de los novedosos aparatos y comenzó a experimentar por su cuenta. Fue un desperfecto en su cámara, al atascarse por algunos segundos y volver a funcionar, lo que le proporcionó la idea necesaria para presentar al espectador acontecimientos “mágicos” en las proyecciones.
Ejemplo de ello es La Lune à un mètre (1898), en el que se muestran las peripecias de un astrónomo en su observatorio. En el cortometraje se ponen en práctica las diversas maneras de presentar acontecimientos fantásticos a través de la magia de ese “error” con la cinta. Hay personajes que aparecen-desaparecen y objetos que, para desconcierto del astrónomo, se esfuman o cobran vida. Además, la luna, como dice el título, se acerca a un metro del astrónomo y comienza a deglutir el telescopio, expulsa Pierrots, cambia sus fases y demás…
La maestría de Méliès es evidente, y lo seguirá demostrando en otros filmes breves que llevaron más allá las primeras grabaciones de sus antecesores, las cuales mostraban situaciones cotidianas de las personas, él fue más allá y gracias a sus conocimientos, capacidad fabulatoria y a las herramientas que tuvo a su alcance propició una nueva era en la historia del cine. A inicios del siglo XXI, esos adolescentes que se divertían creando videos en su celular no eran conscientes de los antecedentes que emulaban, pero sí se dejaron llevar por el asombro que les despertó una simpleza que fue un portal hacia la magia, lo que hace un siglo nació con el desperfecto, dio horas de diversión, a partir de abstraerse en la fuerza creativa y evolutiva de la ficción.