No vivo en una sociedad perfecta
Yo pido que no se le dé ese nombre
Si alguna cosa me hace sentir ésta
Es porque la hacen mujeres y hombres
Pablo Milanés
SAMUEL R. ESCOBAR.
Hablar de los temas en boga que “aquejan” a la sociedad es tan frenéticamente sencillo (y al parecer necesario e inevitable para la mayoría) como reflexivamente complicado, ya que al respirar profundo y clavar la mirada más de cinco segundos en el asunto en cuestión de manera medianamente analítica nos recuerda que no hay contenido, objeto ni tema en el contexto social que sólo se componga de anverso y reverso; que sea bueno de toda bondad o malo de toda maldad; que se pinte negro o blanco y más nada, que su forzada lateralidad se limite a izquierda y derecha. Al menos nos queda claro que por delgado y simple que en apariencia sea, tendrá costados, altura y base; caras, aristas y vértices; valles, crestas y puntos intermedios; colores y sonidos sí, pero más en escala cromática que en declarados y tajantes opuestos o dicotomías.
Adelanto que este texto no es producto de los cinco segundos o más de reflexión y sí de los impetuosos. E intuyo que lo anterior algo tiene que ver con la democracia: se cuenta que tres de las columnas que le otorgaron fundamento, forma y cauce desde la Grecia de Pericles y Clístenes fueron la isonomía, la parresía y la isegoría, siendo la primera una suerte de garantía de igualdad de los integrantes del demos ante la ley; en las últimas dos es LA PALABRA la que juega el papel protagónico: como un derecho al uso de la voz en aquella y como un umbral a la franqueza y la responsabilidad implícita en ésta. No bastaba con el innovador concepto de igualdad entre los miembros de la polis, era imprescindible el ejercicio de la palabra y sus repercusiones en lo público, en LA POLÍTICA. Y a quien se sustrajera del deber de participación en la esfera común y sólo se ocupara de lo propio y particular, se le llamaba IDIOTA.
El gran tema de hoy (todavía) es sin vacilación la toma de protesta de Donald Trump y su estridente verborrea, y quien escribe estas líneas podría sustraerse, so pena de ser llamado al estilo griego, sin embargo, le concedo atención por razones de peso que bien podrían ser personales, privadas, de no ser porque a tales singularidades en un país y un estado como los nuestros, con tan altos índices de emigrantes hacia el país que Trump encabeza por segunda ocasión, son más que compartidas por muchos. La mayoría de nosotros tiene, al menos, un familiar allá en “El Norte”, como solíamos llamarle (parece que ya está en desuso), en mi particular caso son varias de mis hermanas quienes han hecho vida en esas latitudes desde hace décadas, siendo mi madre (QEPD) la punta de lanza en ese peregrinar. Un país, por cierto, al que, al menos en las escuelas públicas, nos enseñaron a ver con recelo y encono, ya por el territorio que dizque nos robaron, ya por lo entrometidos que dicen que son en el mundo entero; o bien por el imán del american dream que separa a nuestras familias.
Yo mismo emigré a finales de los ochenta, allá nació la mayor de mis hijas, por lo tanto, no puedo no sentir una buena dosis de gratitud, además de ver a mis hermanas llevar una buena vida, a pesar de todo, y tener la posibilidad de apoyar al resto de la familia; al cabo de un par de años decidí no hacer vida en ese mundo, pero esa sí es otra historia. Por lo tanto, lo que suceda en ese país nos preocupa, nos pone alertas con justificada razón, aunque las tajantes y muy polarizadas condenas que por todos lados llueven dan qué pensar, por ejemplo: resalta la pregonada crisis de la democracia, que en realidad debería escribirse en plural y recalcar que desde sus orígenes lo ha estado; que siempre ha sido una en el papel y en el discurso y otras bien distintas en el quehacer de las sociedades concretas y los individuos que las conforman. Aquí lo que no huele bien es la imparable lógica de las redes: remozar el tribalismo latente, teñido de nuestros valores morales tan frágiles como variopintos, que difícilmente se remiten a hechos concretos y sí a nuestra subjetiva manera de percibirlos. Mas no por ello habríamos de callar, lo sé: ¡viva la isegoría!
Y no me atrevo a describir una “radiografía del mexicano”, no es la intención, porque además de lo complejo del tema y mis marcadas limitaciones, hay extensos y serios textos de grandes como Paz, Fuentes o Bartra, entre varios de la estatura. Pero llama la atención ver las redes sociales plagadas tanto de posturas a favor como de esa excesiva “preocupación” sobre los discursos que consideramos de odio, racistas, clasistas, supremacistas y no sé cuántos “istas” más que se han puesto tan de moda. Discursos que pueden antojarse como recursos mediáticos y como parte del guion del gran circo mundial ante el que caemos redonditos. No invito a subestimarlos, por supuesto, claro que son sintomáticos, pero ya que vamos a preocuparnos por los berridos y los desfiguros del vecino, pensemos un poco en cuánto nos falta hacer y ofrecer en casa para que nuestras familias dejen de fragmentarse por huir de la precariedad (quizá nunca suceda). Por supuesto que es muy fácil agitar un pañuelo a la tropa solar, claro que, ganando un sueldo muy superior al mínimo, en una universidad o institución pública o con una chambita en el gobierno en este hermoso y sui generis país, por ejemplo, se puede alegar en las redes, escribir discursos de “indignación y dolor”, siempre y cuando sean otras y otros quienes padezcan la realidad, de cuyas causas y efectos, en casa no estamos exentos. Y claro: que viva la isegoría.
Es cuanto.
Invierno 2025