ROBERTO PADILLA RAMOS
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Dad al César lo que es del César,
y a Dios lo que es de Dios
Mateo 22:21
Si usted encontrara en medio de la calle un reloj sería lógico suponer que dicha pieza de ingeniería alude a un diseñador. Piense en el refinado mecanismo de engranes, resortes, motores y demás artilugios que confieren el funcionamiento a dicha pieza. Es natural pensar que todo aquello que presenta un grado elevado de complejidad presupone la existencia de un diseñador, una inteligencia que premeditadamente ha dispuesto cada componente con una finalidad, en este caso el relojero.
Al igual que las piezas de relojería los ojos de los peces o las extremidades de las aves parecen remitir a un dios diseñador. Siguiendo este razonamiento detengámonos un momento en la anatomía del ojo. La estructura de la córnea en forma de cúpula permite junto con la lente enfocar la luz que incide en el ojo, posteriormente unas células especializadas que se encuentran en la retina llamadas fotorreceptoras captan la luz transformándola en impulsos eléctricos que son dirigidos por el nervio óptico al cerebro.
El proceso es mucho más complejo, pero para nuestros fines, ejemplifica perfectamente una intencionalidad dirigida hacia un fin. Si para usted el ejemplo anterior no es suficiente, aprovecho para mencionar que en los peces la córnea tiene una curvatura mucho más prolongada que permite corregir el defecto de difracción de la luz cuando entra en el agua, por lo tanto ¿no es lógico pensar en una inteligencia que está detrás de la naturaleza? La respuesta que seguramente caería en los derroteros personales de la creencia afortunadamente tiene una alternativa mucho más creativa que la perezosa idea de un Dios creador.
La analogía del relojero fue esgrimida por el filósofo William Paley en Natural Theology or Evidences of the Existence and Attributes of the Deity (1803), como un argumento teológico a favor de la existencia de Dios. Mucho antes que Paley, el griego Anaxágoras argumentaba que la organización que mostraban los reinos animal y vegetal apuntaban a la existencia de un diseñador, una inteligencia organizadora que daba coherencia a la naturaleza. Fué solo hasta la publicación de On the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life, del naturalista inglés Charles Darwin que la complejidad orgánica pudo ser explicada en términos de una filosofía materialista.
El verdadero triunfo de Darwin radica en proponer un mecanismo que es capaz de explicar la complejidad sin recurrir a un diseñador. El núcleo de la teoría darwiniana de la evolución se sustenta en la selección natural. La teoría evolutiva se nutrió de disciplinas tan diversas como la anatomía comparada, la paleontología, la economía, la botánica, la microscopia y la geografía, para resolver lo que en palabras del propio Darwin era el misterio de los misterios.
Darwin revolucionó la biología dándole un carácter formal de ciencia, ofreciendo, como lo explica Julián Pacho, una nueva forma de pensar el mundo. A pesar de la abrumadora evidencia a favor de la evolución, la idea del dios relojero de Paley sigue más viva que nunca y amenaza con secuestrar el libre pensamiento. Es muy probable que al igual que yo, usted recibiera en sus manos por interés propio o casualidad la nueva propaganda creacionista de corte seudocientífico autonombrado como diseño inteligente.
El diseño inteligente es como se diría en un lenguaje más soez la misma gata, pero revolcada. Propone exactamente el mismo viejo argumento de Paley, pero con ciertos tintes New Age, que intentan, con una retórica más vieja que gastada, convencer al público de que la naturaleza rebosa de perfección adaptacionista. Basta analizar el tosco diseño de la columna vertebral y recordar las innumerables veces que al intentar cargar un objeto muy pesado el dolor nos incapacitó por varios días; la columna vertebral evolucionó para una locomoción cuadrúpeda y no bípeda, como en el humano, la naturaleza rebosa de errores de diseño.
El diseño inteligente es la más nueva versión del creacionismo. El diccionario Webster’s New World College define al creacionismo como la doctrina que atribuye el origen de la materia, de las especies, etc., a un acto de creación de Dios, específicamente a la creación del mundo por parte de Dios como se describe en la Biblia. El creacionismo ha emprendido desde hace algunas décadas una cruzada en contra del evolucionismo en las aulas.
El caso de John Scopes, un maestro de ciencias que fue encarcelado por haber violado la ley de Tennessee por enseñar la teoría evolutiva a sus alumnos y que posteriormente inspiró la película de 1960 Inherit the Wind, es un ejemplo de las verdaderas intenciones del creacionismo al suprimir la libertad de expresión y el pensamiento crítico. Aunque el caso de Scopes tuvo lugar en 1925, el pensamiento creacionista se ha estado reagrupando y cambiando para injerir en los planes de estudio y las agendas científicas en todo el mundo.
La última versión del pensamiento creacionista es igual de perniciosa que sus predecesores y se alimenta de las nuevas teorías científicas para continuar existiendo. El año pasado la universidad de Cedarville organizó el noveno congreso internacional sobre creacionismo donde su objetivo en sus propias palabras es promover el desarrollo y la difusión de contribuciones positivas a un modelo creacionista de orígenes y modelos de historia de la Tierra joven que reconozcan la realidad del Diluvio Global descrito en el Génesis. Pero la opinión sobre los hechos históricos del génesis producen opiniones contradictorias incluso hasta en los propios creyentes, ya que algunos teólogos reconocen que el libro del Génesis habla más de los conflictos inherentes a la naturaleza humana que de sucesos históricos que deban tomarse al pie de la letra; sin mencionar que el 24 de octubre de 1996 Wojtyla reconoció públicamente la evolución como un hecho.
La preocupación por el avance científico y su correcta enseñanza es un tema de interés para la sociedad. Aún recuerdo con grato afecto las estimulantes clases de mi maestro de paleontología y su pasión con la que más que adoctrinar buscaba despertar la reflexión y el pensamiento crítico. Recordando esto me pregunto si he conseguido al igual que mi mentor sembrar la pasión, el amor y la curiosidad por los seres vivos y la teoría evolutiva o me he convertido en un adepto del progreso. Al reconocer que tanto la ciencia y la religión son necesarios para el hombre, no hay que olvidar también que los magisterios que ambos ocupan deben ser mantenidos separados por salud del pensamiento y la educación y recordar aquellas palabras que escribió el apóstol Mateo, al decir que a Dios lo que es de Dios y Darwin lo que es de Darwin.