FROYLÁN ALFARO
Querido lector, ¿qué imagen viene a tu mente cuando piensas en un escarabajo? Quizás uno negro y brillante, arrastrándose pacientemente sobre el suelo. Ahora imagina que cada uno de nosotros tiene un pequeño escarabajo en una caja, pero nadie puede mirar dentro de la caja de los demás. Sólo sabemos que hay algo allí porque se nos ha dicho que lo hay. Éste es el famoso experimento mental de Ludwig Wittgenstein, conocido como “El escarabajo en la caja”, que aparece en su obra Investigaciones Filosóficas. Pero ¿qué significa este curioso ejemplo y qué nos dice sobre el lenguaje, la mente y la experiencia humana?
Comencemos con un ejemplo cotidiano. Imagina que estás en una reunión y alguien dice que tiene un dolor de cabeza. Todos somos capaces de comprender lo que dice. Pero ¿qué es exactamente lo que esa persona siente? No podemos saberlo con precisión, ya que no podemos entrar en su mente ni experimentar su dolor directamente. Sólo tenemos su palabra y, quizás, ciertas pistas externas: su expresión facial, su tono de voz o su actitud. Sin embargo, entendemos qué significa “dolor de cabeza” porque hemos tenido experiencias similares y porque el lenguaje nos permite compartir esas experiencias de manera limitada.
Aquí es donde podemos reflexionar sobre la naturaleza de las palabras que usamos para describir experiencias internas. Si cada uno de nosotros tiene un escarabajo en su caja, pero nadie puede ver el escarabajo de los demás, ¿cómo podemos estar seguros de que todos hablamos de lo mismo cuando decimos “escarabajo”? Wittgenstein argumenta que, en este caso, el contenido específico de la caja (el escarabajo) es irrelevante. Lo que importa es cómo usamos la palabra “escarabajo” en nuestra interacción con los demás.
Volvamos al ejemplo del dolor de cabeza. Aunque no podamos saber exactamente cómo es el dolor de otra persona, usamos la palabra “dolor” de manera efectiva porque compartimos un contexto social y un conjunto de reglas lingüísticas. Es decir, el significado de “dolor” no está en la experiencia privada de cada individuo, sino en el uso público que hacemos de la palabra, pues, según esta postura, el significado de una palabra es su uso en el lenguaje.
Pensemos en otra situación. Supongamos que estás probando un nuevo platillo y alguien te pregunta a qué sabe. Podrías responder: Es algo picante, pero también tiene un toque dulce. Esa descripción funciona porque ambos compartimos un trasfondo cultural y experiencias previas con sabores picantes y dulces. Sin embargo, la sensación específica que tienes al probar el platillo sigue siendo exclusivamente tuya, como el escarabajo en tu caja. La comunicación no depende de que el otro experimente exactamente lo mismo, sino de que ambos puedan usar el lenguaje para crear un puente entre sus experiencias.
Ahora, ¿qué sucede con el lenguaje privado? Por ejemplo, si alguien inventara una palabra para describir una sensación que sólo ellos pueden percibir, ¿podría esa palabra tener realmente un significado? Al parecer no, pues el lenguaje, por su propia naturaleza, es un fenómeno social. Necesitamos un marco compartido de reglas y usos para que las palabras tengan sentido. Si cada uno de nosotros hablara un idioma completamente privado, sería imposible comunicarnos o incluso verificar que nuestras palabras tienen algún significado.
Ahora, imagina un asistente virtual que intente interpretar tus emociones a través de tu tono de voz o expresiones faciales. Aunque el asistente puede ofrecer respuestas basadas en patrones preprogramados, y podría ser funcional en este sentido nunca podrá experimentar tus emociones como tú las sientes. De hecho, quizá entre humanos tampoco sea posible, ya que la experiencia interna es inaccesible para los demás, y lo que hacemos con el lenguaje es traducir lo interno en algo que pueda ser comprendido dentro de un contexto compartido.
Aún así, esto no significa que nuestras experiencias internas no existan o no importen. Más bien, nos está mostrando que el lenguaje no funciona como una etiqueta para las cosas privadas que llevamos dentro. En lugar de eso, el lenguaje es una herramienta pública que utilizamos para interactuar, colaborar y construir significado juntos.
Entonces, querido lector, ¿qué tan bien podemos realmente comprendernos unos a otros? Pues, al parecer nuestras experiencias internas siempre tendrán un elemento de misterio. Sin embargo, quizá lo importante no es lo que está dentro de nuestras cajas, sino cómo interactuamos con los demás en el gran escenario del lenguaje.