Ezequiel Carlos Campos
La escritura deriva de una ardua labor de recopilar los aspectos de los tiempos pasados, engrandecer las hazañas y organizar los aspectos que las ciudades van dejando. En el caso del siglo XVII, los españoles introdujeron en el Nuevo Mundo las varias formas de escritura, como los libros de viajes, las relaciones de los conquistadores, lo epistolar, la crónica y los textos religiosos importantes para la evangelización del territorio. Todo se olvida si no hay registro. El papel y la tinta inmortalizaron los acontecimientos que nos hacen ser parte de nuestra historia. La escritura es el reflejo de nuestro pasado, es y seguirá siendo lo que nos haga existir.
La labor de los escribanos públicos fue muy importante para la construcción del orden de un gobierno. Ellos fueron el eslabón que gozó de los privilegios y prerrogativas, ya que la pluma y el papel estabilizaron las sociedades donde ejercieron su oficio. Es la palabra la representante de los gobiernos, con ella se construyeron no sólo sociedades, sino la vida cotidiana y las leyes a obedecer. Ellos son el personaje que sustituyen al viejo sabio de la cultura oral. Con el cambio a la escritura, uno de los elementos que más se trastocará será el de la experiencia y la memoria. Ahora, a partir de la costumbre escrita es posible recordar sin falla, mientras que en la oralidad se estaba en peligro cambiar cosas u olvidarlas; acá para todos es fiable mientras sea leído. Leer es igual a legitimar.
Hubo diversos tipos de escribanos y con cargos distintos; los públicos eran los encargados de llevar las cuentas y administración del órgano que representaban, además porque son ellos los representantes de la escritura de las actas del libro de cabildo, compendio de la suma de documentos jurídicos. El cabildo, justicia y regimiento de las ciudades, era el lugar donde convivían los ricos comerciantes y políticos, decidían los aspectos con mejor conveniencia para el espacio que representaban. Aquí se decretaban la regulación de los precios, el abastecimiento de alimentos, la recaudación de impuestos, la conservación y procuración del espacio público, salubridades, administración del agua, velar por el bienestar de los vecinos, llevar los distintos nombramientos anuales de cargos, regular el comercio y los oficios, así como patrocinar las fiestas. Desde ahí se buscaba establecer el orden de la ciudad.
Dentro de estos cargos públicos importantes estaba un grupo determinante para que se lograran los cometidos de aquellos: los letrados. En general, eran sujetos que sabían leer, escribir y hacer cuentas, tenían capacidades de manejar el aparato lingüístico para la construcción de discursos necesarios para lograr la conformación de las leyes y aplicarlas. La admiración hacia este grupo fue creciendo entre los demás funcionarios que, incluso, llegaron a ejercer el oficio de mano derecha de los altos señores. Los escribanos eran los letrados de la función pública. Del puño y letra de ellos conocemos el pensamiento de las épocas donde ejercieron.
Con la escritura se entiende el mundo, se cuentan los sucesos que nos marcaron y, gracias a ella, podemos estudiarlo. Lo escrito fue esencial para los asuntos cívicos, en la redacción de leyes y contratos. La élite mantenía su poder sobre los demás por el dominio de los textos. Se construye una civilización escrita que llevará a la reproducción tipográfica y el surgimiento de una auténtica república de las letras: el papel y la tinta de los escribanos significó la arquitectura de los años, con ello se logró que se reconocieran a sí mismos y también su alrededor. Estas actas, escritas de diferentes modos, estructuras variadas y aspectos propios del estilo de cada escribano público, plasman e inmortalizan los hechos que nos significaron. La historia se construye gracias a la palabra, y ésta esclarece la importancia de los oficios de pluma para dar fe a todo documento jurídico en el lapso de una reconstrucción.