ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
El brutal absurdo de la existencia humana ha desarrollado un dispositivo fantasmagórico que nos hace creer que la cultura nos trasciende. ¿Qué me importa la sopa sobre los girasoles, qué me importa la tinta sobre la cantera? Al final no es sino la ebriedad del humano que se pretende el único a “superarse”. Veo a este gato, duerme en el infinito, su “gatuidad” no le da para crear una civilización y, sin embargo, lo percibo más libre, más realizado, más terrenal que a cualquiera de nosotros, los bípedos acólitos del éxito y la trascendencia. Esa misma mezquindad que nos ha conducido a perseguir la inmortalidad es nuestra condena y nuestra cárcel. Lo que nos queda es la imaginación, la misma loca con la que hemos levantado el castillo derruido de occidente, gracias a ella y al arte, la multiplicidad de sentidos para la vida se vuelve infinita, hasta el punto de que si un señor de botas y sombrero decide ser un pug rechoncho lo puede hacer, puede concretar tal capricho y después de todo no hay quien lo censure, pues todos hacemos eso mismo: imaginar una vida y habitarla.
¿A las cataratas de Tamul le importan las obras de la Kalho, al cielo de Zacatecas le escuecen los versos de Ramón?, pues no. La cultura humana sólo nos es cara a nosotros, luego la preservación de las obras de la humanidad ¿no será la más ebria de nuestras ilusiones? El carajo está acechando, nos lleva de pocos en pocos, pero allá con él vamos todos y una vez en la muerte, díganme, con sinceridad ¿nos importarán las pirámides, los Velásquez? Los más positivos alegarán que importan en la medida en la que constituyen patrimonio para las generaciones jóvenes y las venideras, pero ante el gran caldo asqueroso en el que sobrevivimos, ¿de verdad queremos seguir perpetuando la vida humana?
El dibujo es la base, no sólo del arte, sino de la cultura, hacer marcas en una superficie fue el primer dominio sobre el mundo, entonces creamos “lo natural” y nos separamos de ello como un ejercicio de diferenciación que nos diera identidad, no soy lo natural, soy lo humano, decir esto es igual a: soy un productor de artificios, mi existencia acontece en y por los artificios. Dibujar entonces propulsó el discurso; el mundo domeñado en los trazos que representan a un jabalí a toda marcha por la sabana. Lo que dibujamos crea realidad y no al revés, como lo escribe Jhon Berger, dibujamos lo que no está, como una especie de invocación o de ejercicio de demiurgo.
Humberto Valdez es un artista tremendo, con una trayectoria sólida y con un discurso plástico maduro, su estilo es identificable, pero no repetitivo, algunas veces atiende la figuración naturalista y otras se sumerge en abstracciones abigarradas. Sus grabados de gran formato exceden toda expectativa de la estampa, un verdadero acróbata sobre el linóleo; sus temas abarcan la identidad mexicana, el onirismo, el retrato, la experimentación con procesos y técnicas, llegando incluso a bordar sobre el papel de algodón. El esqueleto de toda su producción es el dibujo, su trazo veloz, decidido, sus divertimentos lineales, destaca su capacidad para crear texturas y para producir temperaturas en sus imágenes.
En estos tres dibujos podemos apreciar la calidad gráfico-simbólica de Valdez. De ellos imagino que formaron parte de la libreta de apuntes de Ramón Llul, el monje mayorquino que creara uno de los primeros sistemas informáticos de la historia en el siglo XIII; el arte combinatorio de Llul arrojaba la posibilidad de la existencia de seres celestiales, diabólicos y terrenales, aquí vemos a un ángel prepararse para remontar por los aires, a un demonio hibrido contemplar las llanuras del infierno y a una pareja de humanos que danzan en un carnaval. Cada uno representa una atmósfera bien delimitada, con una calidad de línea acorde a los personajes, el color y las manchas son puntuales, también podríamos imaginar que son los personajes de un mazo de tarot. En esta obra se encuentra concretada esa ausencia, ese fantasma airoso que es “lo real” se ha vuelto tangible, lo ha traído al mundo el dibujante, lo ha hecho en la misma forma en que desde hace milenios el ser humano ha producido esta fantasía que habitamos y que, no seamos absolutamente negativos, también tiene su encanto, su falaz dulzor de ensueño.
Autor: Humberto Valdez
Técnica: Mixta sobre papel
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