Óscar Édgar López
Aunque funesta, la carne siempre nos aferra a la vida, ¿qué somos sino un cuerpo?, lo que hagamos con él y cómo lo pensemos viene después, lo primero es el hedor, la textura, los pliegues de la piel que nos descubren frágiles, finitos y absurdos, pues la vida es una ilusión hecha un amasijo de músculos y sangre. Pero es una fantasmagoría sensible, en ello consiste su “realidad” o peor aún: la sensación de lo real. A esto se agregan los alfiles de las emociones; así cuerpo y fantasía son inalienables. El arte reproduce esta condición existencial del ente humano, existe porque tiene un cuerpo y una imaginación sensible que lo motiva.
Algunas veces el montaje nos es grato, reímos y brindamos con la holgura del que no tiene horario, pero las más de las veces el tránsito de la vida es penuria tras penuria, cuita tras cuita, esto porque no basta con estar en el mundo, no basta con satisfacer las apetencias, porque el imaginario también clama por una sopa de ficción, de sensual autofagia.
El artista romántico es el que cree que su quehacer le trasciende, pero también el que lo vive como una fútil condena, uno y otro pretenden que la vida es más que pedos y pelos y que hay una meta, una finalidad para el ser y estar de la plaga humana; claro que sin tales pretensiones lo único viable es el suicidio, por ello todos los que vivimos fingimos tener un alcance y un ancla: dios, el arte, la procreación, el coito. Vivir en los zapatos del pesimista tampoco es grato, pues de ese lado la claridad es tanta que encandila, de tal suerte que el pesimista es otra forma de ser romántico, es decir: de exaltar una cualidad de lo humano para darle valía a los días y sus horas.
El artista genial que es José Arturo Ramos Pinedo nos ha dado hermosas joyas de arte público, casi todas en tándem con su hermano Imuris (Secretaría de Educación de Zacatecas, Cuartel Militar en Guadalupe, Zacatecas, Edificio de Docencia Superior en la UAZ), pero su obra de caballete es de un gusto más decadente y romántico, a diferencia de los murales, que supongo son comisionados, en el trabajo de estudio Ramos Pinedo se sincera, aquella paleta vibrante se vuelca al luto absoluto y las formas otrora vivientes vibran de dolor y de muerte en su pintura más íntima.
El discurso bebe de la corriente neo gótica y el dark wave inglés de los años ochenta y noventa, la plasticidad formal es de una figuración académica bien entendida y mejor ejercida, el negro es una melaza donde se fundió el color más pleno y sus personajes no son otros sino esa: la pútrida carnalidad de lo que existe.
En esta obra un fantasma se encarna, lo vemos tranquilo con sus manos empalmadas, el traje de carne se abre, el manto que lo cubre parece que es la misma piel que se despliega, un velo finísimo, quizá de plástico como traje de cadáver. La pintura de caballete de José Arturo Ramos Pinedo nos pasma con tremendo golpe, inquieta por su figuración, molesta por la naturalidad con la que trata sus motivos, pero sobretodo subyuga de placer estético, un pintor de virtudes excelsas y tremendas.