ISIS ABIB AGUILAR SÁNCHEZ
¿Los griegos ya lo dijeron todo? Posiblemente todo o mucho, ellos tenían un ritmo de vida más lento, tenían suficiente tiempo para dedicar la mayoría del día a pensar y cuestionar lo ya pensado. La palabra era valiosa, por eso algunos filósofos han tenido récords en guardar silencio, o suficiente tiempo para escribir muchos tomos sobre un tema. U otros, como Descartes, cuidaron sus últimas palabras de vida.
Sin embargo, la manera de comunicar las ideas nunca había sido tan accesible como ahora. En el contexto del modelo capitalista se ha distorsionado el significado de algunas palabras o conceptos, que luego se convierten en frases y sucesivamente en ideales. Podríamos decir que el lenguaje es el marketing de los ideales capitalistas. Se han impregnado tanto el egoísmo, la competencia, la ganancia y la productividad en las frases populares que incluso las utilizamos para describir acciones que escapan de la esfera productiva. Ya lo decía Eric From en El arte de amar, que la sociedad del consumo ha tendido a mercantilizar las relaciones sociales y sentimentales.
Si los ideales capitalistas han impregnado en nuestros sentimientos, no es de sorprender que ya ni siquiera nos replanteemos el discurso y lo justifiquemos con una falsa ‘naturalidad.’ Y es así, como terminamos diciendo que “el hombre es egoísta y violento por naturaleza”, pero no incorporamos en estas frases las condiciones materiales ni mucho menos las condiciones de relación de clase. También, en la voz popular hay frases que implícitamente nos transfieren responsabilidad sobre problemas estructurales, o aún más grave nos culpabilizan. Como esa frase que a los políticos les gusta utilizar mucho “todos podemos aportar un granito de arena”.
Este tipo de frases no emergen de la nada, son promocionadas por personajes interesados en establecer una ideología y favorecer a un sector específico de la población. Tan sólo mencionar a Paul Krugman, Premio Nobel en Economía en 2008, quien dijo “el desempleo involuntario no existe”, dando a entender que quien no trabaja es porque no quiere, y eso nos remite a otra frase muy conocida, “el pobre es pobre poque quiere”.
Los ideales del economista Krugman se han filtrado en toda la población, pues no es difícil encontrar a personas que piensen que quitándole dinero a los ricos no se solucionan los problemas. Pero, es claro que al menos, si modificaran sus patrones de consumo, sí se tomaría el mando de la degradación ambiental. Según datos de Oxfam México en 2019, el 1 por ciento más rico de México contaminó más que el 80 por ciento del país. Pero paradójicamente a quien va dirigido el discurso de reducir la huella de carbono, de agua o de cualquier bien natural es al 80 por ciento. A estas cifras también habría que cuestionarnos ¿por qué ese 80 por ciento tiene una huella ecológica menor? ¿Fue porque realmente tomaron acción en aportar su granito de arena? ¿O fue porque no tenían capacidad económica para consumir?
La actual oligarquía intencionalmente promociona el desconocimiento de los problemas sociales para mantener el orden social de la acumulación de capital. Habría que reconfigurar el discurso, y más bien dirigir hacia ellos estas frases facilonas de culpabilidad, si los ricos aportaran un granito de arena al tema de la pobreza o el cambio climático tendría mucho más impacto que la de un ciudadano con un ingreso promedio dando limosna o bañándose en tres minutos. El lenguaje que promueve ideales capitalistas tiene como finalidad transferir la responsabilidad a la ciudadanía y ha sido efectivo para desviar la atención de quienes realmente son los culpables.