Por Óscar Édgar López
Los consumidores de barbitúricos conocen bien lo que es el terciopelo onírico producido por la ingesta de algunas píldoras de esta familia de las drogas; el habla torpe con poca o nula conexión con el pensamiento, la razón adormecida, la sensación de no poseer más cuerpo que unos ojos que pesan, unas piernas que se rinden y en general un sopor lúcido como el del que surfea entre las nubes, nubes edulcoradas y de color púrpura, por supuesto.
Con lo que sea que el lector guste drogarse o ponerse en manos de la sexy fantasía que le hará quebrar la tozuda monotonía de sus días aciagos como empleado, la necesidad muy humana por alcanzar un sueño pleno, una dicha analgésica, será una constante en la existencia de cualquier ente envenenado de rutina. Un poco de música o una dosis, bien tomada, de cualquier psicotrópico le devolverá al concurrente al menos algo de ese cariz de alegría que ha dejado entre el transporte público y el pago de los servicios domésticos, envuelto en una marea de obligaciones con muy pocos derechos al disfrute y a una sincera alegría, los tristes vamos por el mundo sujetos al volante, pegados a los escritorios, de frente a nuestras jornadas tan nauseabundas como indispensables, pues sabido es que para “mantenerse vivo hay que mantenerse activo”, en este mundo de liquidez y competencia.
La alegría de los tristes es la más reciente producción de Ranulfo el contador, dúo de rock “indie fresnillense”, con casi dos décadas de existencia. Los “Ranulfos” han cambiado de alineación en los años que asientan su trayectoria, pero nunca han dejado de sonar frescos, divertidos y alucinógenos, porque el líder y voz cantante de la banda, Efrén Ranulfo, ha sido constante en volcar su energía creativa en el “indie”, vocablo anglosajón para llamar a las agrupaciones de rock independiente desde los años 80, pero que nuestro rockero del mineral ha dotado de una significación más densa: lo “indie” como lo salvaje y lo bello, mezcla de locura, pasión y libertad creativa; él mismo ha fungido como profeta de este término, ¿cuántas veces no le hemos escuchado decir: “esto está bien indie, o ando en el indie”?, no hace falta conocerlo personalmente para entender a qué me refiero, basta con escuchar lo nuevo generado en el estudio y ya estando ahí revisar los anteriores.
La obra que ilustra este material sonoro es producto de Sol Castañeda, artista plástica y mitad esencial del ahora dúo Ranulfo el contador, se trata de una viñeta que muestra a una alegre concurrencia que disfraza su agobio con risas esquizoides y diversiones insanas, la paleta de colores sugiere acritud, frialdad, apatía, aún los amarillos son de una palidez anémica, podemos inscribir esta pieza en el “art brut” a lo Karel Appel.
El álbum se compone de trece temas, en al menos cuatro de ellos escuchamos recitaciones, dos en voz de sus autores: “La Monna Lisa está histérica”, de Juan Manuel García Jiménez, y otro poema de estribillo insistente autoría del escritor de esta columna. Se trata de rock con influencia de bandas como Sonic Youth y Tobogán Andaluz, encontramos un despliegue de triste melancolía y un espectro sonoro que distingue a lo que me aventuro a decir “indie fresnillense”, esto es: rock honesto, crudo, melancólico, pero no por ello apagado, sino festivo, de cándidas ilusiones suicidas.