Juan José López Martínez
En su Historia de la magia, Éliphas Lévi cuenta que el Testamento de Lulio, un famoso tratado medieval de alquimia, contaba con unas Claves, esto es, un libro auxiliar en la interpretación de ciertos significados ocultos. Más aún, Lévi afirmaba saber de la existencia de una Clave de la Clave, un cuadernillo misterioso que develaba finalmente todos los secretos del tratado luliano.
Este juego de la doble llave me ha parecido desde siempre un poco ridículo. Considérese, hasta qué punto, tener una llave para la llave hace de ésta última más bien un cerrojo extra. Estas leyendas sobre grimorios y manuales perdidos constituyen, no obstante, una de las más exquisitas riquezas de la literatura alquímica.
Hace algunos meses, revisando un Compendium Philosophorum editado por Lucas Jennis en 1625, me encontré con la siguiente estrofa, perteneciente a una serie de cuatro epigramas anónimos:
Ego sum niger, albus, citrinus et rubus,
Pauper philosophus occultum lapidem quaerens.
Lusciniae cantum audi, amice artis,
Zen.it oblivisci facile est, sed non decet.
(Soy negro, blanco, amarillo y rojo,
pobre filósofo que busca la piedra oculta.
Escucha el canto del ruiseñor, amigo del arte,
es fácil olvidarse del cénit, mas no conveniente)
El texto venía acompañado de un comentario de otro autor, también anónimo, que es para nosotros del máximo interés.
El desconocido comentarista toma, al más puro estilo alquímico, las palabras iniciales de cada verso y desvela la autoría del epigrama: Ego sum-[Pau]per-[Lus]ciniae-[Zen.]it de donde deduce: Ego sum Paulus Zen. (Yo soy Paul Zen.)
Acerca de este misterioso personaje, Paul Zen., existe muy poca información, si no es que ninguna. La anónima opinión anexa al epigrama justifica, en apariencia, la presencia del punto en Zen.it, lo que personalmente habíame parecido un error de impresión. La hipótesis del misterioso Paul Zen., no obstante, me resultó excesivamente conveniente y fantasiosa.
He aquí algunos hallazgos recientes que me han hecho reconsiderar mi opinión: en un ejemplar maltratadísimo y milagorsamente en una pieza de la Nouvelle histoire chimique des anciens de Olivier Labrunie (en contra de lo que supone su nombre, este libro no es ninguna historia de la química, sino una especie de catálogo de autores y libros de alquimia), encontré la siguiente nota al pie acerca de Nicolás Flamel y el Libro dorado de Abraham el judío: “Este libro existe verdaderamente, y sabemos que estuvo en posesión de cierto sabio hebreo llamado Paul Zenoch (o Zenoj, según algunos), el cual compuso un Liber clavicularum”.
A este Libro de clavículas (el latín clavis significa literalmente llave, y aquí por clavicula debemos entender “llave pequeña”, i.e. Libro de las pequeñas llaves) parece referirse también otro pasaje del Compendium de Jennis, acerca de un grabado (emblema XXVII de Atalanta Fugiens) en que figuran un jardín cerrado con llave y en su exterior un hombre sin pies. El comentario latino dice: “Haec omnia magister P.Z., qui librum scripsit de rebus ocultissimis, iam explicavit”. (Todo esto lo explicó ya el maestro P.Z., quien escribió un libro acerca de las cosas más ocultas). En todo caso, sigue siendo muy verosímil suponer que este Libro de clavículas, como el cuadernillo de Lévi, sea sólo una ficción risible.
Algunas otras disertaciones y descubrimientos, que el presente espacio nos impide desarrollar apropiadamente, nos permiten especular con un bosquejo de biografía: de haber existido, Paul Zenoch debió ser un cabalista hebreo que vivió a más tardar en la primera mitad del siglo XV, probablemente rabino, probablemente francés (o al menos radicado en Francia algunos años), y autor de los epigramas anónimos en el Compendium de Jennis. Sobre el Liber clavicularum, en cambio, no nos atrevemos a hacer ninguna afirmación.