
ENRIQUE GARRIDO
Imagina que estás al borde de un precipicio, frente a ti un abismo, la profundidad, la inmensidad. El vértigo se siente como un escalofrío en la espalda, el viento nos tambalea y nos invade la sensación de que podemos caer en cualquier momento, un terror al golpe, al impacto, al suelo. Parece que no hay algo peor en ese momento, sin embargo, existe. Se nos presenta un terror mayor, el de la elección, del “mareo de libertad”, el impulso de tirarse intencionalmente al vacío.
Para Kierkegaard, esta experiencia es la angustia, o el temor por nuestra completa libertad de elegir si arrojarnos o no al precipicio. Aunque no lo parezca, constantemente estamos eligiendo y el hecho de tener la posibilidad y la libertad de hacer algo, cualquier alternativa, disparará inmensos temores. Se trata de un estado entre estados, de transición, de camino; es el momento de mayor conciencia de ser en cuanto a posibilidad previo a la decisión porque, una vez tomada puede haber miedo, culpa, arrepentimiento, alegría, alivio, pero no angustia.
Angustia viene del latín “angustĭa” que alude a angosto, dificultad o estrechez, reflejando las sensaciones de presión y opresión asociadas. Algunos creen que es una herida sin cicatriz, que duele, aunque no sangra. ¿Qué es lo que nos aterra, nos daña, nos hiere sin tocarnos? Es el peso de la libertad, de tener que tomar un camino, y de que nos podemos equivocar.
La creación artística es compleja, también quienes la practican. Sea cual sea el arte, se trata de una necesidad de expresión. Tener algo que decir, transmitir, comunicar. Depende el nivel de neurosis, compromiso, obsesión o detalle, movidos por impulsos violentos, espasmos y vértigo, saltamos al abismo de la creación, salimos del paraíso de la comodidad con decisión, pero con un temor inmenso, el temor de fallar, de pecar.
Volvamos con Kierkegaard, pues centraba la primera angustia experimentada por la humanidad en la elección de Adán de comer o no del árbol de la sabiduría, prohibido por Dios. Los conceptos de bien y mal no existían hasta que Adán comió la fruta prohibida, el Pecado original. La angustia provenía de que la prohibición de Dios implicaba por sí misma que Adán era libre de obedecer o no. Al comer del árbol, nació el pecado. Kierkegaard señala que la angustia precede al pecado, y es la angustia lo que guía a Adán a pecar.
El pecado en la creación artística radica en elegir mal los componentes, ya sean palabras, imágenes, colores, o no tener la capacidad o seguridad de hacerlo. Al igual que enfrentamos al abismo de la elección, el proceso creativo implica lanzarse al vacío de lo inexplorado, donde el temor al fracaso y la posibilidad de fallar en la creación se entrelazan con la necesidad de expresar y comunicar. Nos planteamos frente al abismo de un espacio en blanco, el desierto de un lienzo, una hoja que mientras más queremos llenar, más dudas nos invaden y ese vacío se hace más grande, y hay que tener cuidado porque, como dijo Friedrich Nietzsche “el desierto crece. Ay de quien dentro de sí cobija desiertos”.