DAVID CASTAÑEDA ÁLVAREZ
Antes de que se acabe este mes, queridos lectores, y ahora que inauguro con muchísimo entusiasmo esta columna que tan amablemente incluyen los equipos de puntos suspensivos y El Mechero, quisiera recordar “Sindbad el varado (Bitácora de febrero)”, de Gilberto Owen (1904-1952), poeta sinaloense que formó parte de la generación de los Contemporáneos a inicios del siglo XX mexicano. El poema es de una belleza rara y una melancolía inusitada. Quien lo leyere experimentaría una sensación parecida a la saudade portuguesa. Hay mucho mar, mucho sol y mucho calor. Al mismo tiempo, atestiguamos personajes que transitan por la vida de forma efímera, sombras que dañan y enloquecen. Sobre todo, un cuerpo que arde en el transcurso de los días, como si febrero fuera el único y el último mes de todos nosotros.
Ésa es su estructura: 28 poemas equivalentes a 28 días en que el yo poético hace combustión. Desde un patetismo neorromántico, Owen es el Sindbad de Las mil y una noches y viceversa. Atraviesan el mismo vértigo y la misma inmovilidad del viaje. Mientras que el marino se lanza sobre las olas del océano, el poeta se ahoga en la espuma de la escritura y el azote del desamor:
Y cuando fui ya sólo uno
creyendo aún que éramos dos,
porque estabas, sin ser, junto a mi carne.
Tanto sentir en ascuas,
tantos paisajes malhabidos,
tantas inmerecidas lágrimas.
Y aún esperan su cita con Nausícaa
para llorar lo que jamás perdimos.
El Corazón. Yo lo usaba en los ojos.
Owen escribió “Sindbad el varado” en Bogotá, en 1942, después de una agonía silenciosa por un amor no correspondido. Era diplomático también. Esa serie de viajes se advierten en su escritura como una suma de intensidades que se fundieron, en una alquimia misteriosa, con su escritura. Fue quizás en su poesía el más desaforado de los Contemporáneos. En oposición a la luz e inteligencia de Villaurrutia, a la marcha pesimista de Gorostiza, a las tribulaciones geométricas de Cuesta, Gilberto Owen escribe desde la sangre y desde los rescoldos del sentir, escribe con sangre.
“Sindbad el varado” es el poema del doliente perpetuo, del enamorado no correspondido, del anhelo soltar todo y embarcarse hacia el mar, sin otro objetivo que el de diluirse en la inmensidad del agua. O de la luz. El único aliciente es la promesa de un mañana incierto. Sobre todo, la motivación es el olvido total. Sindbad busca desaparecer, hacerse mínimo, escribir menos, saber poco del futuro. Esta bitácora es la brújula para aquellos que han iniciado su viaje hacia sí mismos. Por eso, me gustaría que leyeran el último día de febrero:
Día veintiocho,
FINAL
Mañana. Acaso el sol golpea en dos ventanas que
entran en erupción.
Antes salen los indios que pasan al mercado tiritando con
todo el trópico a la espalda.
Y aún antes
los amantes se miran y se ven tan ajenos que se vuelven
la espalda.
Antes aún
ese ángel de la guarda que se duerme borracho mientras
allí a la vuelta matan a su pupilo:
¿Qué va a llevar más que el puñal del grito último a su
Amo?
¿Qué va a mentir?
“Lo hiciste cieno y vuelve humo pues ardió como Te
amo.”
Tal vez mañana el sol en mis ojos sin nadie,
tal vez mañana el sol,
tal vez mañana,
tal vez.
Nos leemos hasta la próxima.