ANA RODRÍGUEZ MANCHA
Durante siglos, la evolución del hombre en la medicina ha develado el origen de algunas enfermedades. La constante búsqueda del conocimiento, sin duda, ha dado frutos positivos para el bien de la humanidad, encontrando nuevas herramientas diagnósticas y de tratamiento cada vez más eficientes y eficaces, y con menos efectos adversos. Tal es el caso de la terapia inhalada, una práctica que revolucionó la administración de medicamentos, descrita desde la antigüedad en el *Papiro de Ebers*, la cual consistía en mezclar hierbas sobre una piedra caliente, cuyo humo debía inhalar el paciente para tratar el asma. Sin embargo, fue hasta el siglo XIX cuando Scheinder y Waltz, derivado de diversos estudios, inventaron un pulverizador que reducía los líquidos en gotas finas y que, al ser inhaladas, tenían más y mejores efectos en las vías aéreas.
Un nebulizador es un dispositivo capaz de transformar materia líquida en pequeñas partículas de gas para su fácil inhalación. Actualmente, se utiliza en patologías como el asma, broncoespasmo, bronquiolitis, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, fibrosis quística o infecciones respiratorias, etc., que afectan a niños, niñas, personas de la tercera edad, pacientes con trastornos cognitivos o con ventilación mecánica. El objetivo de estos dispositivos es alcanzar concentraciones más altas del medicamento, un inicio más rápido del efecto deseado y con menos efectos secundarios que los fármacos empleados por otras vías como la oral o la inyectable. Ejemplo de ello son los broncodilatadores, que aumentan el calibre de la luz bronquial al relajar el músculo liso de la vía aérea; los corticoides, que desinflaman de forma local; los mucolíticos, que eliminan el moco; y algunos antibióticos o antifúngicos en infecciones pulmonares.
Lamentablemente, en muchas ocasiones, al ser una práctica ambulatoria-asistida —es decir, realizada por una persona previamente capacitada en el hogar—, es común que se cometan errores humanos en la administración. La mala praxis o la falta de capacitación pueden ocasionar resultados contraproducentes que exacerben la sintomatología.
Cuando el personal de salud indique esta vía de administración, se debe capacitar a los padres o cuidadores primarios en el uso correcto del dispositivo. Algunas recomendaciones incluyen: lavado de manos antes y después de utilizar el nebulizador para evitar infecciones agregadas; administrar en un ambiente limpio, libre de humo de cigarro o polvo; mantener al paciente sentado cómodamente, tranquilo, respirando normalmente y sin hablar. El procedimiento implica conectar la manguera al compresor de aire, colocar el medicamento o solución salina indicada por el médico en la cazoleta, cerrarla herméticamente y mantener la boquilla recta. Si el paciente es adulto, se debe colocar la mascarilla; si es pediátrico, situar la boquilla cerca de la nariz y la boca, asegurando que inhale todo el contenido por aproximadamente 15 a 20 minutos. Una vez concluido, apague la máquina y limpie el aparato.
Para limpiar el nebulizador, desmonte las piezas de la cazoleta, lávelas con agua y jabón neutro, enjuague bien, séquelas minuciosamente y guárdelas en un recipiente cerrado y seco. La cazoleta debe individualizarse y cambiarse cada 4 a 6 meses para optimizar el aparato.
Recuerde que la nebulización no es para todos ni para todo. Siempre debe ser supervisada por su médico tratante, quien explicará su manejo detalladamente. Evite automedicarse y, en esta temporada invernal, abrigue bien y evite cambios bruscos de temperatura. La prevención en la salud es tarea de todas y todos.