Adylene Bueno Aguilar
En un mundo construido por y para los hombres, se deja en el olvido a más de la mitad de la población. Tal vez sea poco o nada evidente, pero la realidad es que el hombre adulto ha sido definido a través de la historia como el ser humano por defecto. Ellos, dice Celia Amorós (2005), a diferencia de las mujeres, no se adscriben a grupo alguno dominado en razón de su nacimiento, sino que se autodesignan como lo genéricamente humano.
En lo que refiere a las ciudades, y en general a cualquier asentamiento humano, las experiencias masculinas son las que han construido las lecturas y abstracciones espaciales universales, experiencias que se argumentan neutrales, “que incorporan a ambos sexos”. No obstante, el uso del espacio por parte de las mujeres, tanto por su corporalidad como su socialización de género, es ajeno, distante, al de los hombres. Aún más, al menos en el occidente, la interacción entre las mujeres y la ciudad ha estado excesivamente limitada (Torrecilla Patiño, 2017).
Así, las ciudades, más que incluir a todas y todos, están marcadas por la diferenciación entre hombres y mujeres. Concretamente, es posible afirmar que los entornos urbanos fueron y son conceptualizados y construidos según los intereses masculinos, pero también según las desventajas femeninas (Soto Villagrán, 2014). Dicho de otra manera, las estructuras urbanas reproducen las lógicas patriarcales, y aun cuando el sello masculino en el espacio no necesariamente condicione la vida de toda mujer en toda ciudad de forma determinante, sí que hay una serie de valores simbólicos asociados a éste, que influyen de forma directa o indirecta en su diario vivir (Molina, 2006).
La principal lógica patriarcal utilizada para organizar lo urbano es la dicotomía geográfica entre lo público y lo privado, que se sustenta, entre otras nociones, en los estereotipos de lo femenino y lo masculino. Es decir, a las mujeres corresponde el espacio privado, el de la reproducción y los cuidados, mientras que a los hombres el público, el de la producción y el mercado. En este contexto destacan las obvias interconexiones entre patriarcado y capitalismo, pero es importante hacer hincapié en cómo ambos discursos a través de las generalizaciones que hacen de “la mujer”, en el sentido más abstracto, y ya sea que la sitúen en lo público o en lo privado (de preferencia en el segundo, claro) reducen sus posibilidades de movilidad y acción, su libertad en la ciudad (McDowell, 1999).
En consecuencia, es factible afirmar, tal cual han hecho múltiples geógrafas feministas, que la configuración de las ciudades no sólo es expresión de las formas de organización social, la economía o modelos culturales, sino que también contribuye de manera activa a construir desigualdades basadas en la categoría sexo, y la exclusión de las mujeres (Falú & Segovia, 2007), a la vez que asegura la superioridad y control de los hombres sobre ellas. El entorno urbano, por tanto, debe ser visto como un espacio privilegiado de dominio masculino, en el que existen restricciones espaciales, materiales y simbólicas, que definen el espacio geográfico extremamente limitado de las mujeres, con permisos y prohibiciones específicos (Soto Villagrán, 2014).
De manera tangible se tiene que, en el desarrollo de las ciudades, la invisibilidad de las mujeres ha producido barrios, infraestructura y equipamiento inapropiados para sus necesidades, especialmente sus necesidades actuales. Al separar producción y reproducción, como ya se explicó, en lo público y lo privado, se crearon y localizaron diferencialmente en el espacio las áreas habitacionales y sitios de cuidado (femenino/privado), con respecto a los sitios de trabajo, las zonas comerciales y de servicios (masculino/público), intencionalmente alejadas las primeras de las segundas. Al respecto, y a manera de ejemplo, Hanson y Pratt (1995) desarrollaron el concepto de “contención espacial” para explicar las diferencias de sexo en el comportamiento del mercado laboral, relacionado con las responsabilidades domésticas de las mujeres. Todo lo anterior implica que las desigualdades por razón de sexo repercuten en la generación de desigualdades territoriales, o de acceso y disfrute de la ciudad en su totalidad.
A raíz de lo expuesto, cabría preguntarse si hoy en día que las mujeres tienen una mayor participación en la vida urbana, particularmente con su inclusión en el mercado laboral, las relaciones de poder patriarcales siguen siendo los elementos que más afectan su derecho a la ciudad, especialmente de manera diferente a los elementos que repercuten en el mismo derecho de los hombres.
En relación con tal cuestionamiento, Walby (1990) señala a los espacios públicos de las ciudades como lugares donde la lógica patriarcal produce y reproduce formas de coerción y dominio masculino, de manera que se mantengan vigentes las oposiciones público-privado y masculino-femenino en la estructura espacial. En otros términos, que la afirmación “el lugar de las mujeres es la casa” no sólo siga determinando la planeación territorial y diseño urbano (tal como ha hecho en el último siglo), sino que también mantenga subordinadas a las mujeres a través de la exclusión del terreno público.
Dicha coerción y dominio se expresa en las ciudades a través de prácticas masculinas que incitan el miedo al uso de los espacios públicos por parte de las mujeres. De esta forma, las mujeres como colectivo tienen una relación paradójica con el espacio que habitan, en el sentido de que esa relación se construye, entre otros factores, en función de la seguridad en los espacios públicos (Soto Villagrán, 2014), evidenciando en todo momento el poder de un sexo sobre el otro (Falú & Segovia, 2007). Con mayor precisión, la ciudad se les niega a las mujeres por medio de la violencia, principalmente la violencia sexual.
Por estas aseveraciones teóricas, pero también por las experiencias de miles de mujeres en múltiples y diversas ciudades, es más que atinado considerar que el miedo a la agresión sexual en los espacios urbanos resulta uno de los elementos que el patriarcado utiliza para controlar la presencia de ellas en el terreno público. Sobre esto Soto (2014) explica que este temor urbano configura un escenario de inseguridad sistemático que atenta contra la libertad de las mujeres, pero también contra su derecho a la ciudad, tanto el uso propio de los espacios, como la creación de un sentido de pertenencia y comunidad (Fenster, 2006).
Si las mujeres se enfrentan a violencia cuando usan los espacios públicos, tales como avenidas, parques y transporte colectivo, en especial cuando transitan solas y en especial durante la noche, pero al mismo tiempo su “pertenencia” al espacio privado es una falacia (no sólo por machista, sino por el funcionamiento propio de las ciudades), resulta imperativo configurar geografías y urbanismos feministas, que profundicen en estos fenómenos y en las estrategias de supervivencia que aun hoy, miles de mujeres deben usar diariamente al salir de sus hogares.
Bibliografía
Amorós, C. (2005). Dimensiones de poder en la teoría feminista. Revista Internacional de Filosofía Política, 25, 11-34.
Falú, A., & Segovia, O. (2007). Ciudades para convivir: sin violencia hacia las mujeres. Santiago: Ediciones Sur.
Fenster, T. (2006). The Right to the Gendered City: Different Formations of Belonging in Everyday Life. Journal of Gender Studies, 14(3), 217-231.
Hanson, S., & Pratt, G. (1995). Gender, Work and Space. Londres: Routledge.
Hayden, D. (1980). What Would a Non-Sexist City Be Like? Speculations on Housing, Urban Design, and Human Work. Women and the American City, 167-184.
McDowell, L. (1999). Gender, Identity and Place. Cambridge: Polity.
Molina, I. (2006). Rompiendo Barreras: Género y espacio en el campo y en la ciudad. Santiago: Ediciones El Tercer Actor.
Soto Villagrán, P. (2014). Patriarcado y orden urbano. Nuevas y viejas formas de dominación de género en la ciudad. Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, 19(42), 199-214.
Torrecilla Patiño, E. (2017). Mujeres haciendo ciudad: Flâneuses, Las Sinsombrero. Kultur: revista interdisciplinària sobre la cultura de la ciutat, IV(7), 79-98.
Walby, S. (1990). Theorizing Patriarchy. Cambridge, M.A.: Basil Blackwell.