REEL BUNBURY
En ocasiones, la sensación de ser observados nos infunde temor y deberíamos tenerlo.
Era el inicio de las vacaciones largas y recién habían puesto la luz en mi colonia, eso me agradaba porque podría salir los fines de semana con mis amigos hasta muy tarde. Llegó el viernes y todos nos pusimos a jugar al stop. El tiempo se fue muy rápido y pronto eran pasadas las once de la noche. A Luis se le ocurrió la idea de contar historias de terror. No era la primera vez que lo hacíamos, pero esta ocasión fue desafortunada para mí, ya que, después de escuchar las historias de miedo que contaba Fernando, me quedé pasmada con una en especial.
La historia no tenía chiste alguno, pero se trataba de mi casa, de mi cuarto y de los muebles que había dejado una familia. Nos contó que cerca de los años cincuenta ahí vivió una señora que tenía dos hijas muy bonitas, pero que a una de ellas le hicieron el mal de ojo (realmente, hasta la fecha, no sé en qué consiste ese mentado mal) y que un día por la tarde, una de las niñas, llamada Lupita, se quedó dormida en la sala de su casa y cuando despertó, sentía la presencia de algo o alguien (esa paranoia que todos hemos padecido a la hora de dormir). Rápido le contó a su mamá que ella pensaba que el mal estaba en la casa. “Mija, no seas supersticiosa, el mal está en las acciones de las personas”. Esa noche, la vida de Lupita cambiaría para siempre.
Cayó el día y la mamá mandó a dormir a sus hijas. Todo era como de costumbre hasta que Lupita comenzó a sentirse observada. No podía dormir y el cansancio empezaba a apoderarse de ella. Desesperada y ansiosa, creía que, en la pared que estaba a un costado de su cama, había una cara sin ojos, solo las cuencas resaltaban con la luz de la luna que entraban por una pequeña ventana. Después de horas de no poder dejar de ver aquella figura que se movía cada que quería cerrar sus ojos, por fin cayó rendida. Amaneció y Lupita tenía su ojo izquierdo cerrado. Fue directamente al baño y notó que había algo que le impedía abrirlo. Con una aguja quitó con mucho cuidado lo que parecía un cabello que justo salía de su lagrimal. Al jalarlo con sus dedos sentía que se estiraba algo dentro del ojo. Gritó fuertemente hasta que llegó su madre y ella revisó su ojo, pero no veía el cabello que su hija decía. “Vete a descansar un rato, eso pasa cuando te hacen mal de ojo. Ya ves, quién te manda a estar tan bonita”.
Después de reposar, lo primero que hizo fue dirigirse al baño a ver su ojo. El cabello seguía ahí. Desesperada, agarró unas tijeras y se dispuso a cortarlo. Notó que cada que lo estiraba se iba haciendo más y más grueso. Después de sacar, quizá medio metro, se dio cuenta que se había sacado el ojo. Solo quedaba la cuenca vacía. De pronto empezó a gritar. El miedo se había apoderado de ella. Llegó su hermana y la vio tirada en el suelo murmurando que el mal le había arrancado el ojo. Días después la encontraron colgada en su cuarto y un mensaje en la pared: “mi ojo está aquí”.
Me fui un poco sugestionada para la casa. Era la hora de dormir. Recostada en la cama, que quizá era de Lupita, volteé hacia la pared, pero no había nada, sin embargo, mi cuerpo se inundaba de temor. Sentía que alguien me miraba. Después de dos horas lo pude ver. Había una figura en la pared ¡Era una cara y tenía un ojo!, el izquierdo. No pude evitarlo. Grité hasta que llegaron mis padres. Prendieron la luz y me di cuenta que no podía ver con mi ojo derecho. Me dijeron: “No te preocupes, es el mal de ojo por estar tan bonita”. Fui corriendo al baño y no podía creerlo. Sí, efectivamente había un cabello saliendo del lagrimal.