DAVID CASTAÑEDA ÁLVAREZ
Es una obsesión, una esquizofrenia, un mal, una sombra. El tema del otro en la literatura es, más o menos, uno de los más recurrentes e interesantes. Hay una cantidad considerable de esos aberrantes desdoblamientos (nótese la ironía) en cuentos, novelas y poemas. Ejemplos famosísimos en la literatura hispanoamericana: Pedro Páramo, de Juan Rulfo; “El huésped”, de Amparo Ávila; “El otro”, de Jorge Luis Borges; “Casa tomada”, de Julio Cortázar, por mencionar unos cuantos.
En la poesía, quizá la escritura consciente del otro (así como sus eventuales interpretaciones, pastiches y plagios) la inaugura Rimbaud en una carta cuando afirma que yo es otro (je suis un autre). Desde este momento, el otro dejó de ser un siniestro ente externo y se volvió el perseguidor de uno mismo. El otro es uno mismo y uno diferente, al mismo tiempo. El otro parece que está en el mundo externo, visible o invisible, a veces en forma de sombra, a veces con la cara de un amigo, un paisaje, una ciudad.
El arte del otro es la mímesis. El otro se mimetiza, pero de forma hostil. Persigue su propio autoconocimiento. Parece, sólo parece que se encuentra fuera de uno mismo. El otro se halla agazapado en “las últimas habitaciones de la sangre”, como diría García Lorca, y su campo de acción es, principalmente, el sueño. –Perdóneseme la palabrería sin sentido, son los efectos del otro–. Un ejemplo es el de Xavier Villaurrutia cuando huye de esa presencia en su famoso poema “Nocturno de la estatua”:
Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
En un poema de Octavio Paz, ese otro acecha como ecos de una calle aledaña a los pasos de que camina:
Mis pasos en esta calle
resuenan
en otra calle
donde
oigo mis pasos
pasar en esta calle
donde
Sólo es real la niebla.
O el otro de Rosario Castellanos, temible y voraz:
Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro.
Lo que él respira es lo que a ti te asfixia,
lo que come es tu hambre.
Muere con la mitad más pura de tu muerte.
El otro es un doble un poco siniestro. Se dedica a confundir la mente de las personas. En ocasiones más graves, provoca la fragmentación de la conciencia y da como resultado el nacimiento de poetas que debaten entre sí mismos con sus otros poetas interiores, o con sus otros mundos interiores, como el caso de Fernando Pessoa cuando dice en “Tabaquería”:
hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
El otro es un mal necesario. No hay uno sin el otro. Esta dualidad sacude las mentes. En la inercia moderna de fingidores tecnológicos, podemos engañar a los demás, pero nunca a ese otro que acecha desde el sueño. Nos leemos después.