SARA ANDRADE
Las razones neblinosas y arcanas de los poderosos siempre me han parecido irrisorias. Soy más cínica que creyente, por lo que creerme la fantasía de que hay que jugar el “juego de tronos” para alcanzar la gloria siempre me ha parecido dificultosa. Manipular, mentir, doblar rodilla, cortar cabezas. No soy Tyrion Lannister, ni Jon Snow. Se me escapa la idea de empezar una guerra porque quiero defender mi derecho de sentarme en una silla. ¿Qué no tendrán ropa qué tender, frijoles qué limpia? Soy más como ese meme: tengo más ganas de ser duende del cerro y pasar el día perdiendo cosas.
El problema con el juego de tronos en Zacatecas es que las jugadas maestras para asegurar el poder siempre tienen un tinte patético, de pueblo chico. Es cruel y sin importancia, por lo que la crueldad solamente se acrecienta, al darnos cuenta de que toda esta faramalla no tiene sentido, no es más que un episodio de onanismo que nos afecta toda la ciudad. Qué pesadilla. Que vuelva la pena y la culpa católica, porque no puedo creer que tengo que ser testigo de las intenciones del gobierno actual de construir un segundo piso del bulevar en una puesta en escena de sus más vouyeristas fantasías de poder. Una placa no es suficiente, al parecer. Ahora tienen que construir una carretera en el cielo dentro de una ciudad cuyas casas no pasan del primer piso. ¿Cuál será la vista desde allá arriba? ¿Los techos sin impermeabilizar de nuestras casas? ¿Las cacas de los perros que viven ahí? ¿Los calzones de los tendederos?
Entre que nos peleamos en Facebook sobre si este proyecto debería existir o no, lo demás queda sin ser visto: la falta de apoyos en la educación y el sistema de salud, la sequía de los campos, la violencia del narco, las madres que son sacadas a la fuerza de los magno eventos sobre la paz. Porque muchos todavía piensan que la historia la escriben los victoriosos, pero en la época del microblogging, del subtweeting y del video de 15 segundos, yo puedo escribirla también. Puedo decir que el año de la paz fue en realidad el año del “pinche perro asesino”, poniendo en vergüenza a los astrólogos del zodiaco chino. Puedo decir que estamos en el año de los gobernantes pequeños, que son tan chiquitos que una señora con los puños cerrados les da miedo, con su poder tan chiquito que una nota en el periódico los hace tambalear, tan chiquitos, minúsculos, microscópicos, que no pueden existir sin la arrogancia de una obra pública sin razón, o sin el deleite sádico de sacar a golpes a una madre que reclama por justicia.
Y yo tengo la satisfacción enorme, de valor incalculable, de ser la única con el poder de narrar mi historia. Que los niños-crecidos que juegan a las sillas encantadas se queden a la orden de la inestable Fortuna. Que desaparezca su nombre con la caída de su imperio. El mío a nadie le pertenece, salvo al cerro, las rocas y los duendes que duermen.