
ENRIQUE GARRIDO
Todo amor verdadero se construye bajo un principio de rebeldía, sea contra el tiempo, la violencia, el individualismo, la tecnología, la muerte, la razón, el olvido. No se tiene, se hace; es creación constante, movimiento puro. Nos resignifica. Tiene algo de secreto y misterio, de oculto, de bello, incluso de sublime.
En 1916, Marcel Duchamp le pedía a su amigo Walter Arenserg que le guardara un secreto: en un ovillo de mecate sellado por dos placas de metal, Arenserg colocó un objeto pequeño en el espacio del centro, sólo él sabe qué es, pues le juró a Duchamp jamás revelarlo. La obra se llama Ruido secreto (A Bruit Secret) y busca representar el placer de la ignorancia, el saber que hay algo dentro, y, al mismo tiempo no saber, es gozar el misterio.
Ahora vayamos al siglo III, en Roma se gestaban grandes movimientos militares y políticos. Ningún sistema bélico puede tener ciudadanos humanistas, pues esos vínculos los arraigan, no producen, no matan, aman, y así no se ganan las guerras. Cuenta la leyenda que el emperador romano Claudio II “El Gótico” era consciente de esto, y consideraba que los solteros eran mejores soldados, pues nada los retenía, ni familia, ni pareja, su único amor era la patria por la que debían matar. Así, prohibió a los jóvenes contraer matrimonio, y con ello obligarlos a darlo todo en el campo de batalla. Por ese entonces, un sacerdote desafió las órdenes imperiales y, en las más furtivas ceremonias, casaba a los jóvenes, celebrando el secreto, estar fuera de la norma, pero unidos, un amor que rebasa un imperio. El nombre de este sacerdote rebelde era Valentín. Al descubrirse su desobediencia, el emperador, un 14 de febrero, ordenó su decapitación.
¿Todavía perdemos la cabeza por amor? Para Byung-Chul Han, la sociedad actual mercantiliza al amor: conexiones rápidas, el otro como producto, el deseo en lugar de afecto. Amor como algoritmo, automatizado, sin esfuerzo, libre de conflicto, desechable, rápido, inmediato, sin desacuerdos, sin diferencia, sin misterio, sin humanidad.
Hoy en día, la rebeldía del amor radica en amar sin prisa, sin exigir perfección, sin garantía de eternidad, en aceptar la imperfección, no idealizarlo hasta volverlo inalcanzable. En Apocalipsis 3:16-18 se lee: “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Al igual que Dios, el amor escupe a los tibios, no admite pasividad. Erich Fromm lo definía como un acto de voluntad y responsabilidad, trasciende un sentimiento, va más allá; es un verbo que implica esfuerzo, aprendizaje y compromiso con el otro.
Theodor Adorno decía que «sólo serás amado el día que puedas mostrarte débil sin que el otro lo aproveche para mostrar su fuerza», es decir sin poseer, sin delimitar y sin controlar. Amar es ir a contracorriente de la inmediatez, es entrega desinteresada, no es esperar que el otro encaje en lo que nos falta, es saber que no tendré al ser querido en su totalidad, pues, al final, todos llevamos muy adentro un ovillo con algo oculto, tal vez triste, tal vez siniestro, que no sabemos qué es, y sin embargo, está allí, haciendo un ruido secreto, el ruido del amor.