PERLA YANET ROSALES MEDINA
«Las conexiones se hacen lentamente, a veces crecen bajo tierra. No siempre puedes saber lo que está ocurriendo solo con mirar… Penetra silenciosamente como la lombriz de tierra que no hace ruido. Lucha persistentemente como la enredadera que derriba el árbol. Extiéndete como la planta de calabaza que invade el jardín… Porque todo jardinero sabe que después de cavar, después de plantar, después de la larga temporada de cuidado y crecimiento, llega la cosecha.»
—Marge Piercy, “Los Siete de Pentáculos”
Uno de los caminos que he elegido para mi escritura está orientado a ir acorde con el tiempo, en el sentido de tocar temas que percibo son de interés general, ya sea porque coinciden con las fechas que estamos viviendo o con escenarios sociales actuales. En otras ocasiones me he visto fuertemente influenciada por algún tópico de la universidad.
En este caso, intenté seguir el camino típico (el del interés general) y me adentré en uno de los temas más importantes (o quizá también el más absurdo) que los mexicanos estamos atravesando: el acto de mancharse el dedo de tinta para condenarnos durante seis años a fluctuaciones económicas, nuevas reformas, nuevas leyes, aumento de la violencia, crisis ecológicas, tasas de comprensión lectora vergonzosas en la población y todo lo que, como sociedad, atribuimos a los personajes políticos que nos muestran los medios de comunicación. Pero este tema en sí mismo me lleva a un estado de apatía e impotencia, por ello he decidido buscar un punto de convergencia, donde se exprese mi inconformidad hacia la vida política del país (aquí quiero aclarar que mi inconformidad no es partidaria, no nace en un sexenio y se muere en otro, sino más bien generalizada; no creo que un color tenga la varita mágica resolutiva, más vale ser inconforme que irracional), mi preocupación por el medio ambiente y mi gusto por la naturaleza.
En este camino de búsqueda me encontré de manera fortuita con las ideas de Suzanne Simard, quien es profesora en la Universidad de Columbia y destaca principalmente por sus aportaciones a la ecología forestal. Simard propone reevaluar la noción de la cooperación en la vida humana desde sus estudios sobre los hongos y los bosques.
Los hongos son una forma de vida realmente sorprendente. De hecho, el organismo vivo más grande del planeta es un enorme micelio de un hongo de la especie Armillaria, que abarca poco más de 9 hectáreas en la ciudad de Oregón, en EE. UU. Se cree que tiene al menos 2400 años. Los hongos son esenciales para la vida en la tierra y han estado presentes en momentos calamitosos de la historia humana, contribuyendo de forma trascendente a la medicina.
Este es el caso del Penicillium notatum, un hongo que segrega lo que conocemos como penicilina. Durante la Primera Guerra Mundial hubo fuertes infecciones en las heridas de los soldados y fue gracias a Alexander Fleming que se descubrieron las propiedades antisépticas de este hongo. La comercialización de la penicilina, como todos los privilegios recién nacidos, tuvo un camino más engorroso que el descubrimiento en sí mismo.
En otro momento trágico de la historia de la humanidad, también fueron los hongos quienes trajeron luz de vida. Después del terrible acontecimiento en Hiroshima, lo primero que brotó fue un hongo. Y es que esa pequeña parte que vemos de los hongos es sólo la punta del iceberg; el hongo es el cuerpo fructífero, la flor de todas esas conexiones que yacen bajo nuestros pies.
El 90% de los árboles en los bosques dependen de las micorrizas subterráneas. Este hecho se ha vuelto más notable desde que muchas empresas dedicadas a la tala de árboles pensaron que homogeneizando las especies de cultivo la producción aumentaría; sin embargo, esto no ocurrió debido a los nutrientes que la diversidad de especies ofrece al suelo. El conflicto en el bosque es innegable, pero también se sabe que la vida abunda allí, generando un ambiente de negociación y reciprocidad gracias a una diversidad generalizada. Y es que la simbiosis entre árboles y hongos es una de las relaciones más equilibradas.
Al igual que los hongos desempeñan un papel crucial en la sostenibilidad de los bosques, cada uno de nosotros puede desempeñar un papel en la construcción de una sociedad más justa y sostenible. La naturaleza es el claro ejemplo de que la diversidad y la colaboración son fundamentales para la supervivencia.
Imágenes: Cortesía