Por Fernando J. Rosso Núñez
Hoy me levanté particularmente cansado. Los días han sido agotadores. Me he puesto el pantalón, la camiseta, la camisola y la guerrera como un autómata. Ni siquiera ha pasado por mi mente el baño de diario. Me calcé las medias y las botas sentado en el tripié de campaña y no recuerdo siquiera haber pensado en todo ello. Hoy, como siempre, a lo largo del día simplemente asumo el hecho de que tengo que traer puestos ropa y calzado, que tengo que comer, que tengo que respirar.
Estoy muy cansado. Siento que ya no podré soportar más. Sin embargo, en lo que podría definir como una especie de destellos momentáneos de rápida meditación, me convenzo de estar sintiendo que puedo un poco más, un poco solamente. Lo necesario sólo para llegar hasta el final.
El hedor es insoportable. Y no es la sangre, ni el olor a sudor y a lodo y a pelo y a piel chamuscados; y a sol y a frío y a viento. Son todos esos olores y humores combinados. Olores a muerte, a final.
Estoy seguro desde hace tiempo hacia dónde es que me dirijo. Me he estado preparando un poco sin quererlo. Lo he estado haciendo momento a momento, todos los días un poco a pesar del agotamiento, como lo hacía en mis primeros días en la compañía, a la espera de un futuro de triunfos.
He preparado a conciencia las pólvoras, la roja, la fuerte, la fulminante, la negra. La espada ha sido afilada y pulida con arena blanca y roja. Los materiales están ordenados y el tridente a la mano. Alinee mi cañón como el resto de los artilleros, lo he cargado y he desbastado el pedernal con la llana listo para el primer fuego y los que le sigan. Una bandera cuelga de mi pecho y la otra, la gran bandera, está, como hace un año exactamente, en su lugar.
Un año puede ser, según la circunstancia, mucho tiempo. Allá en casa, el ciruelo debe estar ya vacío. El año anterior dio frutos en abundancia por primera vez y éste seguramente debió haber sido igual, lo sé, aunque no lo haya yo visto, y el siguiente será lo mismo y quizás aún mejor. Así de rápido. Sin embargo, un año para nosotros es demasiado. Vivimos, matamos, morimos y volvemos a vivir en cada campaña, en cada marcha, en cada retirada; cada semana, cada día, segundo a segundo.
Me siento absolutamente agotado otra vez, pero en este día en particular con mayor fuerza. Siento que ya no me alcanza para llegar. Hoy que he dejado todo listo y que nada pareciera anunciar que saldremos mal parados, tengo la fuerte sensación que todo esto habrá terminado para nosotros. La sensación del fuerte viento que viene por detrás, terregoso y frío. Puedo sentir y escuchar el inicio, y el final. Puedo escuchar como si ya fueran, los estruendos, los gritos, la estampida, las ordenes, los aceros. Puedo ver el humo, el blanco, el negro, las siluetas, la tierra volando por los aires. Puedo sentir el fuego, las olas expansivas, los golpes de cuerpos que no sé siquiera si son de los nuestros o no. Siento esquirlas, plomo, hojas filosas.
Percibo entonces una tersa y tibia humedad a lo largo de mi abdomen, lenta, como si me sumergiera en una sedante tina de agua caliente. Ahora no escucho nada, sólo un intenso zumbido en mis oídos que muy bien pudiera ser un grande y profundo silencio. Siento como mi espalda y mi cabeza se posan contra la hierba y como mi cuello descansa y se relaja. Puedo ver el cielo azul oscuro de la tarde, casi la noche.
Unos minutos y ya miro las estrellas, el firmamento, las luces. Me parece enorme, como un templo, del piso al techo el infinito y así de grande, cómo cabe todo dentro de mis ojos, increíble. Veo cómo gira muy poco a poco, despacio, y siento vértigo. Me siento abrumado al ver circulando sobre mí y por encima de la Tierra, a los grandes dignatarios del Universo. El venerable Júpiter, el Sol y la Luna, los vigilantes Marte y Venus, y enseguida el resto: Urano, Mercurio, Plutón y Saturno, y todavía un poco más allá de todos, Neptuno. Es la última imagen antes de irme, antes de partir, antes de finalizar, o de comenzar. Antes de fundirme con ellos.
Sin embargo, aún no empieza nada. Es sólo una corazonada, un espejismo. Quizás es el cansancio.