SARA ANDRADE
Ayer, por razones que no puedo divulgar al público en general, quise buscar fotos de Mark Hamill antes de que se hiciera famoso. No debía ser una respuesta difícil de responder porque después de todo él es muy famoso y estoy segura de que muchas personas se preguntaron qué tipo de persona era antes de convertirse en el héroe que salvaría la galaxia muy, muy lejana. El asunto es que las palabras que utilicé para encontrar lo que buscaba no tenía por qué llevarme a los derroteros a los que me llevó.
En Google escribí “young mark hamill” y lo primero que me salió fue una enorme foto de su cara rubia y sus ojos azules. Luego, en la foto de abajo, una imagen creada por AI. Sabía que intentaban recrear a Mark Hamill, pero esa persona que me devolvía la vista definitivamente no era él. Al lado, otra foto del actor, sonriendo, en el set de La Guerra de las Galaxias, abajo, otra imagen AI, pero esta vez en blanco y negro. El miedo comenzó a hacerme temblar. Entre más bajaba en la página de imágenes, más encontraba caras deformadas, gestos imprecisos, ojos vacíos. Entre más y más me hundía a la oscuridad del motor de búsqueda, más me encontraba esas deformaciones, como en el lecho marino hay peces extraños y abultados, de grandes mandíbulas y piel escamosa. Me metí a una de las páginas que decía tener “A 1000 young mark hamill pictures” y me encontré en una especie de galería del terror, en la que había miles de imágenes de cualquier actor o celebridad, generadas todas por Midjourney. Una colección de clones, de casi personas, de casi fotografías.
Cerré mi ventana de Google, sudando frío y, como soy una criatura de mi generación, realicé una segunda búsqueda. “¿Qué porcentaje de resultados AI hay en Google?”. Le doy clic al segundo resultado. La página me dijo, muy ufana: Es imposible saber cuántas páginas son hechas por personas y cuántas por Inteligencia Artificial. Por ejemplo, esta entrada ha sido co-autorada por ChatGPT. El terror es cósmico en este momento. Estoy en una película de Ari Aster y soy la co-protagonista que está a punto de morir en manos de culto de manos de ocho dedos.
Aventé el celular lejos. Pensé que a veces me daba miedo saber tantas, estar siempre en contacto con una persona hecha de ceros y unos que no puedo entender porque es tan vasta como la audacia y la perversidad humana. De un tiempo para acá he estado pensando que la máxima de la ignorancia es felicidad debería ser implementada por un régimen autoritario, que nos coarte el derecho del acceso a la información. Son momentos de debilidad, impulsados por la migraña que produce 5 horas de TikTok en un domingo perezoso, o el susto de una búsqueda en Google que sale mal, pero a veces pienso que el Gran Hermano de 1984 tenía razón y que quizá pensar que 2 más 2 es igual a 5 no está tan mal.