Por Citlaly Aguilar
Han pasado exactamente 30 años desde que se publicó la primera edición de Trainspotting, de Irvine Welsh, de la que Danny Boyle hizo una maravillosa adaptación cinematográfica y que en la primera escena lanza una especie de manifiesto: “Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos” y una larga lista de objetos y actitudes que, hasta nuestros días, siguen estando ligados al éxito.
Según el libro y la película, esta serie de enunciaciones es una sátira o una crítica, puesto que los personajes de Welsh intentan escapar de todo ello y en cierta medida lo hacen cuando, ajenos a la sociedad y sus problemas, se ensimisman en la dinámica del mundo interior o de la evasión psicotrópica.
¿Cómo escapamos los demás? Me temo que es imposible. Acabo de leer diversos artículos, vi varios videos y sigo al pendiente de las noticias acerca del Titán, único submarino en su tipo, capaz de llegar a casi 4 mil metros de profundidad en el mar para permitir, a quienes puedan pagar 250 mil dólares, ver los restos del Titanic y que, por circunstancias aún no muy claras, está perdido y del que se sabe que, tras cinco días de naufragio, su interior ha quedado sin oxígeno y, por lo tanto, sus cinco tripulantes han fallecido.
En un primer momento, salió a flote la horrible persona que soy para hacer una crítica a aquellos que iban a bordo, puntualizando que “no todo se arregla con dinero”. No obstante, días después me he desdicho. No es que los que decidieron emprender semejante viaje sean los responsables de su destino fatal, sino que el capitalismo cada vez muestra con mayor descaro sus dientes, al parecer, cada vez más peligrosos que los del tiburón más temido.
Ésta no fue ni ha sido la única expedición riesgosa que se ha hecho ni que se hará. Hay historias terroríficas en todas las regiones del mundo, todas igual de desgarradoras, como las que se hacen al monte Everest y que particularmente en 2015 causó muchos decesos debido a un terremoto; la que se hizo al volcán en Whakaari y ocasionó terribles consecuencias tras una erupción en 2019; incluso, la del parque Tham Luang en 2018, cuando 13 niños y su profesor quedaron atrapados durante casi 20 días.
El capitalismo no sólo nos ofrece experiencias cercanas a la muerte como si se tratase de una aventura digna de vivirse, sino que, descaradamente, nos hace firmar contratos en los que se explican cada uno de los riesgos y se libera de responsabilidades a los verdaderos responsables. Yo que he tenido que firmar mi carta de renuncia en ciertas empresas a la par del contrato, porque “es una política”, y al hacerlo me sentía sumamente humillada, me resulta en primer momento incomprensible firmar una potencial renuncia a mi salud o mi vida. No obstante, en un segundo momento es evidente notar la estructura: al gran capital no le interesa ni la vida ni la muerte, solamente vender, vender, vender. ¿No es éste también el principio bajo el que se rige el crimen organizado? ¿Qué diferencia ética hay entre una empresa y el narcotráfico?
Al pensar en todo ello, me sobresalto, me asusto. El mundo es un lugar horrendo y no hay manera de huir. No soy Mark Renton, el protagonista de Trainspotting; mi manera de evadir lo que me rodea aún no ha llegado a su ápice. No obstante, es imposible no regresar a las enunciaciones iniciales de la película de Boyle sin observar que, conforme pasa el tiempo, el capitalismo no nos está orillando a elegir la vida en que estemos más alienados al sistema de producción y en la que gastemos más, por el contrario, en realidad ahora nos dice: “Elige la muerte”.