
SARA ANDRADE
Será que mi memoria es tan mala que no le tengo confianza al pasado al que intento recrear. O será que, a falta de seguridad en mis recuerdos, prefiero rearmar mi vida en algo que no me pueda hacer daño, que sea siempre feliz y bonito y perfecto y simétrico, como son los cuentos. O como el poeta Richard Siken dice: “Tomo las partes que recuerdo y las vuelvo a unir para crear una criatura que haga lo que yo diga o que me corresponda”. Me gusta más la especulación de lo que he olvidado, porque me hace avanzar lejos de la atadura de lo que está detrás de mí. Es liberador reconocer que nuestros recuerdos son reconstrucciones: nos libera para seguir adelante en lugar de buscar neciamente una fidelidad perfecta a un pasado que puede que nunca haya existido tal y como lo imaginamos.
Será que el asunto es que la nostalgia se ha vuelto contra nosotros. La casa a la que queremos volver no existe y no nos quiere de vuelta. Pero con el advenimiento del fascismo y su nueva cara (oligarca y tecnológica; plateada como un Cybertruck, roja como una cachucha MAGA) me parece que insistir en volver a la gloria de los griegos resulta más peligrosa que vadear ciegamenta hacia un futuro incierto, en el que, al ser un potencial, tiene dentro de sí todas las posibilidades. El pasado está petrificado, quiero decir. Podemos desempolvarlo, podemos revalorarlo, pero no podemos modificarlo. Lo único que posee dentro de sí un verdadero y absoluto potencial creativo es el futuro.
Esto me recuerda el concepto del “todavía-no” (Noch-nicht) del filósofo Ernst Bloch, quien examina, en su libro El Principio de la Esperanza, la idea de que la verdadera esperanza se orienta hacia la novedad genuina en lugar de la restauración de lo que fue. Nos alejamos un poco del “incosciente” de Freud o de la predisposición biológica de las razas que proponían los eugenistas nazis, y arribamos a una posibilidad más amable: que como personas poseemos la capacidad de imaginar una novedad genuina, no solo de reciclar experiencias pasadas, sino de concebir posibilidades verdaderamente nuevas. Por supuesto, la tarea no consiste solo en imaginar cualquier cosa, sino en cultivar estos elementos del presente, del real y tangible presente, que apuntan hacia un pensamiento eyectado hacia adelante, novedoso, que no se aferra a aquello que no sabemos si es real, si es verdadero, si es bello y si es bueno, pero que al considerarlo “pasado” es valorado como “mejor”.
Yo, como ávida lectora y fanática de la literatura medieval y victorianas, no me dejo arrastrar por la tentación de considerar mi pasado como ideal. Las hermanas Brontë no me parecen mejores por haber existido en una época de dificultades, tanto por su posición social como por su sexo. Me gustan las crinolinas, leo a los filósofos romanos, escucho rock and roll de los sesenta y, sin embargo, no encuentro en esos años algo que no tenga yo ahora, una sustancia que me haga considerar que volver a la versión de la sociedad en esa época. Estoy agradecida de ser una criatura de los dos mil, de estar crónicamente en línea, de tener memoria de teflón. Porque aquí, en la línea del 2025, el único camino es hacia la perfecta página en blanco del futuro, donde puedo construir(me) a mi antojo.