MARIFER MARTÍNEZ QUINTANILLA
Regresar. Ese es el verbo que me asalta cada vez que pienso en la posibilidad de Palestina. Me digo: no sería un volver sino apena un visitar una tierra en la que nunca estuve (…) No sería un regreso mío. Sería un regreso prestado, un volver en lugar de otro.
Lina Meruane, Palestina en pedazos
Constantemente surgen en mi feed de Instagram videos de cuentas periodísticas, de creadores de contenido comprometidos con el fact-checking y el periodismo, de colectivos políticos antirracistas que hablan de la censura por default que la plataforma tiene activada para evitar el flujo de contenido político hacia sus usuarios. En especial, la censura sobre el genocidio palestino en la franja de Gaza.
Y, sin embargo, siento que aún así hay un flujo masivo de imágenes sobre las atrocidades que están ocurriendo allí, que los gobiernos y las organizaciones están permitiendo que Israel continúe cometiendo contra el pueblo palestino. Pero no puedo evitar detenerme y preguntarme si ver más imágenes que testifiquen la guerra es lo que necesito (o necesitamos) ver. ¿Ver nos ha servido de algo al momento de sensibilizarnos? ¿No hemos perdido ya esa capacidad frente la imagen? No, me corrijo: pensar que la sobreproducción visual nos ha agotado y dejado inmutables, incapaces de tener una impresión sobre una imagen que dure más que apenas unos días, es un argumento simplón y reduccionista, sólo que entre la lluvia de imágenes, puede que sean menos las que nos mojan y se quedan con nosotros.
Algo ha cambiado en la fotografía. Y una forma de pensar ese cambio es desde la propuesta de Joan Fontcuberta: a la fotografía tendríamos que llamarla postfotografía; desde el punto de inflexión de la postmodernidad y la creciente acelaración tecnológica, la percepción sobre la imagen fotográfica ha cambiado, la verdad no es ya una obligación, sino una opción a elegir. Esto lo escribía en el 2016, sosteniendo que la cámara digital ya presentaba esta nueva condición; hoy, con las crecientes herramientas de edición de IA que hacen accesible en dispositivos móviles la manipulación de fotos al instante, más las crecientes fake news que incluyen fake images, el reto es mayor. La fotografía ya no es objeto de la verdad y la memoria, dice el francés, la postfotografía se asienta hoy en el presente como un acto comunicativo al momento. Como tal, y desde esta perspectiva, una foto es como una palabra dicha al aire, luego encuentro deficiente para mí (tal vez alguien más pueda sentirse cercano a esto) la idea de informarme con imágenes.
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Es diferente, lo tengo claro, pero después de tantas imágenes violentas durante el sexenio de Calderón, de tantas imágenes sobre feminicidios filtradas por la prensa amarillista, de tantas notas rojas, de tantas imágenes de madres buscando a sus hijos desaparecidos, de videos filtrados de ejecuciones, de fotos de cuerpos mutilados tirados en vía pública, de tantas noticias de cuerpos encontrados en fosas clandestinas, de tanta muerte en mi país… Más imágenes de esto no. Sólo imágenes sobre esto no.
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No sé escuchar podcast, me cuesta demasiado. Lo mío es leer. Todo lo auditivo es sólo ruido de fondo mientras hago otra cosa: trabajar, cocinar, limpiar, estudiar, dormir cuando estoy en el bus, cuando camino hacia algún sitio, cuando hago ejercicio, cuando hago de todo, menos cuando leo y escribo.
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“Acompáñame a Traficantes de sueños”, dice G. cuando salimos del café. Está buscando el último libro publicado por una maestra de nuestra universidad. Acepto ir con ella a esa librería en la calle Duque de Alba. Me quedo frente a la caja registradora, no queriendo ir a ver nada porque sé que saldré con algún libro en mano, hasta que se me ocurre preguntarle a Pampa, el encargado, si tiene Volverse palestina de Lina Meruane. Es sonriente y amable. Me dice que ese, así solo, ya no se consigue, pero que tiene Palestina en pedazos, recientemente publicado por Penguin Random House. Me lo trae. Este libro contiene tres tomos de crónicas: “Volverse palestina” (2013), “Volvernos otros” (2014) y “Rostros en mi rostro” (2019). Esto era justo lo que buscaba leer.
“Regresar. Ese es el verbo que me asalta cada vez que pienso en la posibilidad de Palestina. Me digo: no sería un volver, sino un apenas visitar una tierra en la que nunca estuve, de la que no tengo ni una sola imagen propia. Lo palestino ha sido siempre para mí un rumor de fondo, un relato al que se acude para salvar de la extinción un origen compartido. No sería un regreso mío. Sería un regreso prestado, un volver en lugar de otro”. Así inicia la primera crónica con la que Lina empieza a atender su llamado palestino.
Con una escritura contundentemente personal y por ello más politizada, Lina comienza a trenzar los hilos de su historia familiar, desde que sus abuelos salieron de Palestina y llegaron a Chile, su abuelo Salvador en 1920. Empieza a contar los intentos de regreso de su abuelo, de su padre, la insistencia de su madre de ascendencia italiana porque la familia vuelva a Palestina, las interrupciones a esos planes por los asedios y ataques de Israel al pueblo palestino. De las veces que otros, en otros países, le han recordado que aunque ella no haya nacido en Palestina y no haya salido directamente de esa tierra, de la tierra de su familia, es sólo de los palestinos la condición hereditaria del refugio. Que aquella tierra cuya colonización se extiende, es la suya; que su apellido pudo haberse perdido en traducciones, papeleos, pobres registros antiguos, pero son palestinos; que hay una resistencia en el lenguaje cuando no quiere decir Yafo y sostiene el nombre árabe Jaffa de la ciudad que visita y donde se hospeda con un amigo y su familia. Que el camino de vuelta a la tierra tiene muchas imposibilidades y conflictos, pero que a través del relato, la memoria y la palabra encuentra una forma de preguntarse a sí misma las posibilidades del regreso.
No voy a decir que nos dediquemos exclusivamente a leer literatura para empatizar, porque coincido con la autora cuando dice que, en la premura del genocidio, repetir que la literatura es una de las modulaciones de lo político, tal vez la más libertaria, no sirve de mucho, y no va a la velocidad necesaria. Pero acaso sea necesario acompañar la inevitable marea de noticias, imágenes y estadísticas con lecturas que nos permitan tener un conocimiento más profundo y amplio y personal de lo que ocurre en Gaza. Hay que empezar a ponerle nombres y rostros e historias a las vidas que este genocidio ha quitado y a las que amenaza.