Sara Andrade
En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se celebra cada 25 de noviembre, los chicos del Inmuzai me invitaron a liderar un círculo de lectura en el Instituto Politécnico Nacional. En un salón, nos reunimos 30 muchachas, mis compañeros y yo para leer un capítulo del famoso libro de autoayuda Las mujeres que aman demasiado de Robin Norwood. Mientras leíamos, no pude evitar recordar la portada del libro y el peso que solía tener entre mis manos. Una de mis compañeras me dijo que lo había leído para el evento y que le había gusta mucho. Cuando me preguntó que si ya lo había leído yo solamente le dije que “hacía mucho tiempo”.
Es verdad. Lo leí entre idas y venidas, porque no solo habitaba el baño de mi mamá, sino el baño de varias de sus amigas, los libreros de familiares, detrás del mostrador del negocio de una conocida, dentro del bolso de una compañera de trabajo. Tengo muy presente la portada azul y la sorpresa de encontrarme ese libro cada tanto. En aquellos días era tan popular como otros libros de autoayuda del mismo corte: Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, Padre Rico, Padre Pobre, etc., etc. Me parecía que eran el equivalente adulto a libros como Quiúbole con de Gaby Vargas y Yordi Rosado.
La diferencia entre Las mujeres que aman demasiado y el resto de los libros es que su insistencia en aparecer en los lugares más improbables me generó la suficiente curiosidad para leerlo. Yo tenía 11 o 12 años. Recuerdo que el único otro libro de superación personal que había leído había sido El caballero de la armadura oxidada (porque la portera de mi escuela me dio su copia para que lo leyera) y me había decepcionado bastante. Pensé que sería algo más parecido a El Señor de los Anillos.
Mi primera lectura fue muy exasperante. Me parecía que las historias de las mujeres que vaciaban ahí eran muy tontas, muy sencillas de resolver. “Solamente vete de esa situación” les decía, en mi infinita sabiduría de pubertad. No entendía cómo es una se quedaba en una relación dolorosa. Luego, me dio tristeza que ese libro estuviera ahí, en el baño de mi mamá, en la bolsa de sus amigas.
Lo que hice, en mi increíble caridad preadolescente, decidí que tomaría ese libro y lo utilizaría para hacer blackout poetry, porque pensaba “si nadie lo puede leer, a nadie le pueden lastimar sus propios problemas”. Me robé el libro del baño de mi mamá y arranqué las páginas, para hacer poesía con las historias de otras mujeres, pensando que al tacharlas, evitaba su pena.
Ahora sé, cuando escucho las opiniones de las chicas en el círculo de lecturas, sus testimonios y sus análisis, que en escuchar lo que las otras mujeres tienen qué decir, dejarlas hablar, dejarlas existir, evitamos su pena. La visibilización, en temas de violencia de género, es lo más importante para detener su propagación.