ADSO E. GUTIÉRREZ ESPINOZA
La escritura académica es vasta, con textos y autores de distinto calibre, unos más petulantes que otros (toco madera), pero siempre caracterizada en sus temas múltiples y, “a veces”, técnicos. En ese universo el ensayo breve emerge como la joya literaria que nadie pidió, pero que todos parecen estar escribiendo (más allá de un simple tuit o un blog post). Este pequeño artefacto de egocentrismo académico nos permite desplegar nuestra sabiduría en unas escasas palabras, aunque, claro está, cada una refleja nuestra genialidad intelectual.
En primer lugar, el desafío de escribir un ensayo breve nos obliga a olvidar la noción absurda (patraña, mejor dicho) de que la brevedad implica simplicidad. La brevedad es simplemente una excusa gloriosa para evitar profundizar en los temas y, en cambio, ofrecer pinceladas superficiales tan etéreas como las ideas que las respaldan.
Para empezar, es crucial seleccionar un tema que nadie comprenda del todo, preferiblemente algo con un nombre tan enrevesado y rimbombante que haga que los lectores piensen que están ante el trabajo de un erudito en la materia. Asegúrate de abordar el tema desde un ángulo tan abstracto que incluso tú, el autor, te pierdas en el laberinto conceptual que has creado. Recuerda, la confusión es la clave de un buen ensayo breve; si los lectores entienden todo a la perfección, estás haciendo algo mal.
Ahora bien, la introducción es tu oportunidad para deslumbrar al lector con tu erudición. Utiliza frases pomposas y grandilocuentes que hagan que incluso tus profesores duden de su propia comprensión del lenguaje. Haz referencia a teorías filosóficas oscuras que sólo existen en la mente de algunos académicos olvidados. ¿Has leído a Schleiermacher? No importa, sólo menciónalo y asume que eso te da automáticamente credibilidad intelectual.
En cuanto a la tesis, es fundamental que sea tan ambigua como sea posible. La vaguedad es la verdadera esencia de la profundidad, así que no te limites a expresar una idea clara y coherente. En lugar de eso, juega al escondite con tu tesis, dejando pistas crípticas que sólo los más astutos (o desesperados) lectores podrán descifrar. Recuerda, un buen ensayo breve debe mantener a los lectores en un estado perpetuo de perplejidad.
En el cuerpo del ensayo, despliega tu erudición citando a autores que nadie más ha leído. Si es posible, inventa citas, atribuyéndolas a figuras ficticias que suenan tan convincentes que nadie se molestará en verificar su existencia. No escatimes en el uso de jerga académica; cuanto más oscuro suene, mejor. ¿Qué importa si nadie entiende lo que estás diciendo? La mera inclusión de términos intrincados es suficiente para darle ese toque de profundidad.
Por supuesto, no te olvides de incluir alguna analogía confusa que, en teoría, debería iluminar tu punto, pero que en la práctica sólo servirá para confundir aún más a tus lectores. La meta es que al final de cada párrafo, tus pobres víctimas se vean obligadas a preguntarse si han perdido la capacidad de comprender el lenguaje humano.
Finalmente, la conclusión es el lugar perfecto para dejar a tus lectores con una sensación de insatisfacción intelectual. Recapitula tus puntos, pero hazlo de manera tan enigmática que nadie esté seguro de que has concluido realmente. Puedes incluso añadir una cita profunda que, al igual que el resto del ensayo, suene impresionante, pero carezca de significado real.
En resumen, escribir un ensayo breve es todo un arte, un acto de malabarismo intelectual donde la confusión es la verdadera protagonista. Así que, queridos escritores de ensayos breves, recordad: la claridad es para los débiles, la brevedad es para los genios y la confusión es para aquellos que desean dejar a todos preguntándose si alguna vez supieron leer en primer lugar. ¡Buena suerte en su búsqueda de la perplejidad académica!