SAMUEL R. ESCOBAR
UN BEAT PARA TI, QUERIDO JOSA, MI SÍSIFO FAVORITO
“Todo comenzó el día en que, al concebirme mis padres, me privaron de la no existencia, estado en la nada que a menudo extraño sobremanera.”
Josa Gaytán
Vaya momento, querido hermano Josa, para que me delegue usted tremenda empresa, ésta, la de emitir comentarios sobre su criatura neonata, aunque con declarados e infinitos deseos, según la escucho en sus grafías, de haber sido “no nata”; ésta, la de hacer alegatos a sus estridentes y sutiles confesiones, y perdóneme el oxímoron, porque lo vale, porque cada línea, cada párrafo, cada cuento que conforma este Naufragio, es un hermoso juego de parsimoniosas caricias en las ingles, en el vientre, en la muñeca de la mano izquierda, en el pecho y el cuello donde se esconden la aorta y la yugular; caricias con garras de buitre, con las aspas de una trituradora que no distingue color, tejido, tamaño ni olor de lo que despedaza en ínfimas partículas; esta tremenda responsabilidad de analizar y exponer irremediables juicios de valor respecto al estético estallido de sus vísceras, y contemplar cómo sucumben en las aguas turbias de la espiral eterna.
Saboreo su libro, como el fetiche que son todos los libros impresos, una vez que usted lo pone en mis manos así, en físico, y llego a casa y lo despojo sin prisa alguna de su envoltura como el imprescindible y fugaz preludio erótico que antecede a todo acto violento y destructivo, autodestructivo (¡vaya lugar común, tan imperdonable como imprescindible!); lo inhalo contando hasta siete y ahí hago pausa prolongada, justo antes de tocar el infinito; exhalo en cuenta regresiva hacia la nada, a la que tanto evadieron (no todos) los griegos y romanos (no olvidemos que no existe el cero en la numeración de estos últimos).
Lo releo desde el comienzo a vuelo de pájaro y perdono las horas de lectura en el incómodo formato pdf, ya en el móvil, ya en la portátil, que tanto le han abonado a mi miopía; lo estrecho a punto de la asfixia contra mi tórax y mientras exhalo contando de vuelta hacia esa nada, en un arrebato de sensibilidad, todos mis sentidos se dan cita en uno solo: el tacto, la vista y el oído ceden ante el órgano más extenso que cobija este cuerpo mío: la piel, ese globo que el alma infla. La piel a flor de piel; la tela porosa que filtra el mundo hasta nuestros más profundos adentros y lo expulsa en sollozos intermitentes y sales líquidas que humedecen la cuarta de forros en la que se advierte al lector abordar este libro con precaución emocional, (no sé si eso sea posible) porque… en qué estado nos sitúan sus cuentos, en una declarada guerra contra toda brújula, contra todas las coordenadas y contra todo propósito, al evocar justo ahí, la memoria táctil hecha una síntesis desde el origen y hasta el fin de los tiempos; la memoria que no repara en el discernimiento, en el análisis, en la comprobación; la memoria ociosa de sentimiento, del abrazo y la nostalgia, del amor y la animadversión, del anhelo de aquellos a quienes tus sentidos se acostumbraron y ahora ya no están para acariciarles y besarles; para contarles fantásticas y maravillosas historias que hagan las veces de consuelo contra los dolores que causan las certezas y las malditas esperanzas.
Contemplo en sus cuentos, hermano, la agonía de un sol carente de planes; los piecitos en péndulo de un pequeño que ignora que el tiempo lo devorará para regurgitarlo transformado en jirones de un mendigo acechado por el tic tac imparable; me adentro ya sin reservas a su campo minado en el que parece inevitable la tácita intertextualidad que no tiene fronteras de tiempo ni espacio: salen a escena las sabias respuestas que el Sileno da al rey Midas: “Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¡por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti -morir pronto.”
Cómo ignorar lo que flota en el océano del continuo discurso, del canto perpetuo. autores y personajes como Camus, planteando la única pregunta que vale la pena tender sobre la mesa: si la vida vale o no la pena de vivirla; el suicidio como el único problema serio en el terreno filosófico.
Sartre y su náusea que le causa el existir; y se vienen en estampida, desvaneciéndose y magnificándose en un vaivén tridimensional los nombres y los rostros de tantos autores y personajes a quienes les ganaron las ansias del retorno al no lugar, allá donde los relojes pierden su valor postizo, donde ya no hay prisa ni fin, me hace evocar a: Hemingway, Storni, Plath, Quiroga, Sócrates, Séneca, Woolf, Pavese y una extensísima lista y sólo por mencionar algunos nombres y apellidos entre los miles y miles que incrementan las filas interminables… quienes rezan y llevan a la práctica la letanía de Eduviges Dyada:
Por qué es que me salen al encuentro todos los que se han mencionado y los que no: hay una máxima que se escucha a todo pulmón: aquí nada se queda en el fondo de la caja de la curiosa Pandora, aquí no hay esperanza(s), y si la hubiera sería como aquella que dibuja el filósofo alemán de los enormes bigotes: sería una especie de legado de viejos sistemas, hoy inútiles, con una enorme capacidad de socavar nuestra energía vital y que por tanto nos debería motivar a evitarla sin más ni más. Porque para quien se liberó de todo tipo de ataduras, emanciparse no requiere de la esperanza. Y aquí se canta una loa a los emancipados, pero no, este texto no invita al suicidio, y si lo hace, es al suicidio simbólico del que vive bajo el letargo y la enajenación; al que gira sin sentido en la vorágine de la rutina sin una pizca de tiempo para cuestionarse y asumir de frente el sentido del sinsentido.
Cierro: para la guadaña no hay distinción, no hay criterios discriminatorios. Aquí no hay treta de dioses del Olimpo que valga y surta efecto: no importan su cólera ni sus deseos de venganza: aquí no hay esperanza fuera de “uno mismo”; no importan las ofertas en el mercado de las religiones, aquí no hay esperanza albergada en una vida después de esta vida: aunque haya que codearse y de vez en cuando compartir una caguama con la tragedia, con lo real… con la deriva…