ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
Veo con tristeza lo que han hecho de ese loro, le cortaron las alitas, le dan semillas de calabaza y él parece estar resignado a ser una mascota. Es común que encontremos tristeza en la mirada de los animales domésticos, sobre todo en aquellos que padecen la marginación en asoleadas azoteas y en parcos condominios sin sol ni plantas ni nada que les recuerde su pasado salvaje, su muy remoto origen antes de que el ser humano manipulara a las especies para crear “animales de diseño”, como los quejumbrosos pugs y los temblorosos cabeza de manzana. Por supuesto las aberraciones no terminaron ahí, la domesticación de la fauna ha progresado en tal forma que ya los humanos somos semi mascotas de nuestros dispositivos tecnológicos, víctimas de esta realidad desdoblada que construimos para crear el “mundo nuestros mundo”.
Con el sometimiento de los animales el ser humano se erige como triunfador en una competencia siempre desigual y, por si fuera poco servirse de ellos en el trabajo y la alimentación, también los convertimos en artículos de ornato, en objetos intercambiables y pasivos receptáculos de nuestras frustraciones. En este mundo de perr-hijos y gat-hijos son estas criaturas quienes cargan la inmensa mole de nuestra locura, van por las calles con sandalias, lentes de sol, pecheras, suéteres, pantalones, moños, coletas, collares y cadenas, son, al mismo tiempo, replicantes y víctimas del desenfreno. La cosificación animal se vive con absoluta normalidad, el especismo es común y aunque existen células de resistencia y protesta contra esas prácticas, estamos más que habituados a la convivencia con animales en la orfandad que una vez feralizados se convierten en auténticas pandillas de resentidos colmilludos o van por ahí dejando sus miserables despojos como venganza en nuestras pulcras banquetas de los centros históricos.
Claro, yo vivo con dos gatos, son mi adoración y, aunque tampoco los considero mis hijos, acepto que les hago mimos y juegos, que les confieso oscuros secretos y que han sido en más de una ocasión un dulce consuelo a la soledad y la apatía humana. Veo a mi amigo “Hatsuky” asomar la cabeza por la ventana del departamento, tiene la paciencia de un león, el porte de un león, y una indiferencia hermosa a mis llamados, es la dignidad felina que reluce su resistente salvajismo; sólo quiere beberse esta luz del sol que entra en la recamara. Hicimos muy mal en convertir a estos animales en cosas, peor resulta mucha peor tratarlos con desdén y con desprecio.
En este grabado Elías Gutiérrez retrata un momento de profunda intimidad de un hombre con su compañero animal; el rechoncho personaje humano es grotesco, su expresión ególatra, su holgado camisón le confieren un carácter dramático y hasta violento, parece un pudiente burgués o en todo caso un avaricioso ser humano que pretende poseerlo todo: a la plantas, a los gatos, al mismo sol que así en espiral es también caótico y loco. Atrás de la persona un gato negro retoza dentro de una canasta, las flores de la derecha están secas y en la silla hombre y gato sufren el calor de la tarde, el minino es una colección de manchas, un tapiz de formas caprichosas, sobre la abultada panza del amo el animal parece dirigir las acciones del primero, crees que la mascota soy yo, parece que le dice inclinando la cabeza, el tipo frunce el ceño y luego, al meditar, en su relación con los gatos se queda expectante, detenido en el abismo que retratan sus ojos hundidos.
Elías Gutiérrez es un joven creador plástico, va de la gubia al pincel y pasa por la tijera y la máquina para tatuar, su versatilidad sostiene a la perfección su ya maduro lenguaje plástico, entre los elementos que destacan en su obra es el trazo ágil, pero seguro, y cierta tendencia a lo nervioso y esquizoide en sus imágenes que las hacen no sólo originales, sino poderosos testimonios de esta loca actualidad de la vida humana, como demostración de que con todo el desenfreno que enfrentamos día a día aún es posible encontrar en nuestra miseria humana rescoldos de inocencia y pura alegría.
Autor: Elías Gutiérrez
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