GUSTAVO VILLAGRANA
Blood and Semen II/ Andrés Serrano. 1990
La técnica
Alfa y omega, un par de imágenes complementarias que escuché al ser un niño en la película: Bajo el planeta de los simios1, —la segunda parte del filme clásico—; principio y fin son las dos imágenes que representaban en esa proyección la deidad humana. Vida y muerte, dos temas universales en cualquier cultura, tema de la humanidad. En la proyección, el dios Alfa y Omega era el poder absoluto creado por el hombre, una bomba de capacidades exorbitantes, el mayor logro de tal humanidad. Con el poder de dar muerte a la vida, la técnica manufacturaba un dios en aquella épica de modernidad, de futuro encasillada en un clásico de la ciencia ficción.
La muerte y el sexo han sido a lo largo de la historia de la literatura los mayores temas; el instinto sin lugar a dudas nos lleva a un fin: la perpetuación de la especie. Pero esto es camino recorrido, después de pensar y con ello existir, hemos encontrado que el fin no es la mera reproducción; hemos descubierto lo sagrado, hemos encontrado en el sexo lo erótico, hemos encontrado el arte como método de lo sublime y como medio de representación, como cultura hemos llegado a los límites de la naturaleza, negándonos al fin, negándonos a nuestra propia naturaleza desde una racionalidad técnicamente omnipotente.
La técnica puede contener varias aristas. Heidegger la define de dos modos: ‹‹Todo el mundo, acepta que la técnica es, por un lado, un medio para un fin, y, por el otro, un hacer del hombre»2. Con esto se entiende que la técnica está en manos del hombre, una técnica que se hace siempre para un lado, alejándonos del equilibrio ‹‹natural››; la modernidad es una temporalidad donde el hombre se ha apropiado de esta naturaleza, convirtiéndola en un utensilio, haciéndola un recurso y un objeto de explotación. Así, la modernidad es el tiempo donde los seres humanos son concebidos y operados según ciertos principios, tiempo pensado, preparado, constituido para los hombres.
Pero es el hombre mismo el objeto de estudio de este tiempo, ‹‹todo a favor de la humanidad›› el hombre es un sujeto técnico, un sujeto que ansía tener y poseer todo lo que pueda acumular, un animal castrado de sensibilidad y cargado de inteligencia, es decir de pensamiento calculante, entendido como objeto de estudio de ciencias sociales, de ciencias naturales, de todo tipo de ciencias que lo han llevado al espacio; el sujeto fractura los límites de su naturaleza. Con la técnica el hombre se ha definido, ha llegado a ver lo que no podía, a demostrar lo que sólo imaginaba. En el método técnico el hombre, puede realizar un suceso innumerables veces y repetir una operación en todos los hombres. La técnica se convierte en un instrumento de poder, de dominación; en su fin encontramos su condena, con la técnica dominaremos cualquier disciplina, cualquier limitación, es la técnica aquello que Zeus no quería entregarnos a los hombres cuando Prometeo le arrebató el fuego, el poder de transformación.
El último juicio (detalle del triptico)
(1467-71) – Hans Memling
Oléo sobre madera, 223,5 x 72,5 cm (ala izquierda)
Muzeum Narodowe, Gdansk
El arte
Pero, en este transcurrir histórico del hombre cavernario al hombre moderno, hay un elemento que lo ha acompañado siempre, siendo mediador del mundo y lo real; el arte ha sido ese testigo constante de las manifestaciones técnicas, con buenas o malas intenciones, el artista ha plasmado su idea, su inconsciencia y su conciencia en una obra artística, alejado a veces de lo bello, alejado de lo que es bueno ver, la obra de arte es un corto circuito dentro del pensamiento lógico y del discurso técnico de la modernidad circunscrita a la técnica desde mucho antes que ese término existiera.
Pero cuando el hombre es el sujeto de estudio del arte hay una ruptura que nos puede resultar muy incómoda: el arte no siempre se suscribe a algún discurso de poder.
En el arte, en la obra, se constituye un desgarramiento único en el cual naturaleza y genio se funden de manera irrepetible bajo signos alterados, alterables, desbordados por la múltiple significación de sus cauces. En el arte el concepto se diluye, no hay nada o hay todo. Se juega el uno y el otro, el observador, el artista, lo común tiene sentido, se contempla un espejo cuya imagen puede ser el inconsciente, el ser se deja libre, en co munión con el universo se completa.
En el arte contemporáneo hay puntos de quiebra, choque de fuerzas, de rebeldías. La forma es menos importante que el fondo, la forma no es agradable, no busca agradar sino agredir, aunque de igual modo despoja el entendimiento en caos, en infinito, en una conjunción de estrellas separadas por los millones de años luz en el tiempo, formando una realidad aparente.
Sin embargo esta definición no es particular del arte moderno, ya en 1435 Hans Memling se retrataba como un cadáver. Si bien el hombre moderno es el hombre del saber, Hans se sabía muerto, sabía de su finitud y de su naturaleza, la técnica no era más que un discurso; pero en el contemplar de su obra ¿qué nos produce? ¿Que tiene que decir- nos una obra? ¿Qué nos hace pensar, como sujetos de conocimiento la obra de arte?
Autorretrato/ Hans Memling (1469)
El artista
El hombre es un ser curioso, de ello se explica el poder de los elementos en una obra, pero qué decir cuando parece ser que el motivo de esa obra es la muerte: el fin del sujeto. Alguna definición que separa al hombre del animal es precisamente que sabe que morirá y esto quizás es lo que más genera morbo, inquietud y curiosidad. La muerte representa el final del ser y con en ello el fin absoluto. Por ello en la obra de Memling existe claramente el esbozo de la rebeldía enmarcado en la experiencia estética
La experiencia estética es un móvil de transgresión, pero también lo es de glorificación e idealización de una situación concreta3. Al hablar de la muerte, idealizarla nos inscribe en un mundo opuesto al desarrollo, opuesto a la idea de sobrepasar este paso, la experiencia estética nos pone cara a cara con el poder, pues es en el plano reflexivo de la experiencia estética, que el observador saborea situaciones que reconoce de la vida, alejado del ideal, distanciándolo de su rol de hombre en una sociedad.
En la historia es sabido que el poder censuraba el poder de esta experiencia, llevando al arte, al igual que a la técnica en un fin utilitario, en una extensión más de la burguesía; el arte era sobre todo para burgueses y monarcas, que plasmaban a través del artista sus ideas.
En este sentido la obra se eleva por encima del artista, según Jauss, la experiencia estética se diferencia de las demás funciones de la vida por su temporalidad, descubriendo un placer por el objeto en sí, placer presente que nos lleva a un mundo de fantasía, eliminando esta obligación del tiempo en el tiempo. Esta admiración está situada en la historia de la experiencia estética4.
El arte moderno no se entiende como sólo un objeto de media curiosidad ni como un construir de la naturaleza, ni como creación de ésta, la naturaleza es para el artista una materialidad previa, reorganizándose por abstracciones de esta obra, ordenándola nuevamente. El artista se encuentra frente al desarrollo infinito de la naturaleza, reflexiona sobre su creación, reflexiona sobre su interior y exterior el micro y macro cosmos que se encuentra en él, es su ideal. El sujeto moderno —consagrado sujeto técnico— es un animal castrado de sensibilidad, si bien artistas de postguerra nos hicieron ver las atrocidades de la modernidad, de la guerra como hechos cotidianos, la técnica se convirtió en un objeto de destrucción masivo, deshumanización, el arte clásico sólo nos acercaba, el arte moderno lo mostraba con todo horror, el artista del siglo XX ha pensado el mundo, y pensar es afirmar el límite del mundo, del lenguaje, del sentido, del significado, el límite de lo humano.
Sin embargo, pensando en estos límites resalta la pregunta, ¿cuál es el límite de lo humano? La técnica también afirma este límite del mundo con la intención de abolirlo, pero es aquí donde cabe la pregunta ¿qué es lo que tiene la obra que nos hace pensar en estos límites?
La obra
En el arte se encuentra una verdad oculta, afortunadamente, afortunadamente…, nos dice Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas, verdad que nos saca de las convenciones que se han pactado a través de los tiempos. La obra es la salida de donde nos encontremos, nos descoloca. Escape del tiempo y el espacio, nos suspende del mundo; calculada o incalculadamente la obra supera todo artista y su concepción, en sí misma escapa a su autor, la obra consecuencia del azar, del inconsciente, del caos; la obra experimenta en su creación una comprensión del mundo afortunada de las posibilidades abiertas, se consagra como ese espejo del inconsciente. El espectador se eterniza en ella, de ahí su fuerza, de ahí su cohesión con lo humano.
Blood and Semen III/Andrés Serrano (1990)
Retomo estos límites de la experiencia estética y hablo de una obra que nos remite a ciclo vital: vida y muerte, principio y fin; «Semen and blood III», de Andrés Serrano, artista neoyorquino, cuyo trabajo es en sí una transgresión, secreciones y muerte. Al estilo clásico, Serrano parece imitar el trabajo de autores como Caravaggio o Hans Memling. Su fotografía de cadáveres nos muestra esta curiosidad por la muerte; pero es en la obra de semen y sangre que el artista corrompe estos límites, más allá del signo la composición a simple vista parece un paisaje aéreo, un fractal del mundo terrestre, un fractal del mundo interior humano.
En su exploración con la abstracción, la obra de Serrano se autocuestiona: ¿Qué es el sexo y la muerte? En la serie semen y sangre el artista crea paisajes que sobresalen por sus colores, su composición natural es un antónimo a la fotografía espacial y de superficies puede llevarnos a ver por signos un paisaje del subconsciente, de aquello de la carne, del instinto. Los fluidos naturales, brillan y Serrano los usa como aquel pigmento tóxico que usaba Goya, reacomodando en el subconsciente el signo que a primera vista no lo es.
Semen: célula semilla, símbolo de vida y de placer5. En su fusión hay vida, que se relata incluso en mitos indo-iraníes y griegos. En Bataille el sexo se vuelve erótico, y vincula el placer con la idea de muerte, despertando el deseo, que nos hace entrar a un juego de seres discontinuos en la reproducción6, entrar-salir se convierte en un ritual, vaivén de vida y de polaridades encrucijadas, continuidad y discontinuidad volviéndonos a esa dualidad a ese ciclo, de alfa y omega.
Sangre: célula de continuidad de la vida, al estar dentro símbolo de ésta, afuera símbolo de muerte, este signo ambivalente tiene relación estrecha con ambos sentidos, de ahí la palabra Sagrado. La sangre entonces le asigna un valor de orden sagrado a la obra, el sacrificio presente en esta sangre al exterior, símbolo de fuerza universal.
Serrano une estos dos signos, los combina, conduce al espectador a una experiencia estética en un juego voyeur, lo atrapa, no por lo que está —y he aquí el punto medular—, sino por el lugar a donde nos remite, dejando abierto en su abstracción a la interpretación del mundo, a lo sagrado, a lo oculto, a lo erótico, y podría sin duda seguir enumerando signos y connotaciones para dar por terminada una obra que sin duda provoca.
Bataille afirma que la idea de placer está ligado a la idea de muerte, la obra de Serrano se metamorfosea y muestra este espíritu oculto de la modernidad, ignora en ella lo objetivo, en su obra hay mímesis del mundo, mímesis del arte clásico, imita no porque quiera mostrarnos una interpretación de la naturaleza, imita en “Blood and semen” para retornar al sacrificio, a lo sagrado, a la vida sin negar la muerte, para poner en evidencia el desajuste de los mecanismos que la técnica le ha impuesto a la naturaleza y con ella al arte. Es en ese éxtasis espectador-obra donde el espectador descubre sus propios límites, su yo, los límites de lo humano, el todo de sí, el todo del artista, el todo del mundo, su significado, el fuera del mundo, ahí, por esa salida, nos arroja; el arte nos detiene, nos encaverna o encoña, si la sangre se arroja de la madre, el arte arroja al ser finito fuera del mundo.
En el autorretrato de Memling no hay nada agradable, nada humano; es una obra que da a pensar en esta lúdica podemos encontrar precisamente lo que no está pensado, el azar o la inteligibilidad del mundo, dándole cabida al vació a la muerte, en esa muerte del otro, la belleza de la obra no se halla en sus formas, incluso está fuera del signo, no hay obra perfecta, ni obra terminada, su fin es precisamente el no encontrarlo. Una obra es precisamente una ejecución incompleta que busca en el espectador completarse, pero ni ahí se encuentra la totalidad o universalidad pues nos deviene un lugar singular, uno va aprendiendo su propia muerte, Azúa dice: ‹‹ es una identificación, un enmascara- miento y un aprendizaje de la muerte››7.
Serrano nos devela que algo ocurre, en ese acontecer de la obra, no es que se nos proclame un enigma, más bien el arte propone al mundo como es: un enigma. Enigma del cual podemos seguir indagando según nuestras propias experiencias y, por qué no, si bien la sencillez de Blood and semen nos remite a toda clase de enigmas, fetiches, deseos o secretos igual que Memling nos provoca lo oscuro, lo grotesco, la muerte. Toda historia tiene un principio y un final, todo final debe contenerse en ese principio, y es el arte que empata lo infinito del universo con la finitud del sujeto contenido en un cuerpo, en una célula, en un tiempo definidito e indefinido.
_____________________________ Referencias
1POST, Ted; BOULLE, Pierre, Adapt. Beneath the Planet of the Apes, APJAC Productions, Estados Unidos. 1970. 95 min.
2HEIDEGGER, Martín. La pregunta por la técnica, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1993, p. 74.
3JAUSS, Hans R. Experiencia Estética y hermenéutica literaria. Taurus Humanidades, Argentina. p. 32.
4Idem. p.40
5REVILLA, Federico. Diccionario de Iconografía y Simbología. Ed. Cátedra. Madrid. 2007. pp.225–226.
6BATAILLE, Georges. El Erotismo, Tusquets Editores, México, 1997.pp.16-17.
7AZÚA, Félix, Lecturas compulsivas. Anagrama, Barcelona, 1998. p. 26.