Et ideo est summa benedictio in feminea forma
(Y por eso existe la suprema bendición en forma femenina)
Hildegarda de Bingen
ENRIQUE GARRIDO
El filósofo George Berkeley planteó uno de los dilemas más enigmáticos de la historia: “Si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido?” (la verdad es que él no fue el primero en decirlo, pero resulta difícil rastrear su origen), lo que nos habla de la existencia a partir de la percepción, equivalente a: si alguien grita, pero nadie escucha, ¿existe?
Durante las últimas décadas las mujeres han gritado por sus derechos, algunas batallas se ganaron, otras están en proceso, pero, cuando parece que se avanza, algo nos recuerda el largo camino que nos queda como sociedad. En recientes fechas nos enteramos que en el estado talibán (una rama fundamentalista del Islam que surgió en los 90) en Afganistán, el líder supremo Hibatullah Akhundzada aprobó y ratificó, a través de un ministerio para la “propagación de la virtud y la prevención del vicio”, leyes donde las mujeres están obligadas a cubrirse delante de hombres y mujeres no musulmanes para evitar ser corrompidas. La voz de una mujer se considera íntima y, por lo tanto, no se debe escuchar cantando, recitando o leyendo en voz alta en público. Está prohibido que las mujeres miren a hombres con los que no estén emparentadas por sangre o matrimonio y viceversa.
Pese a la condena de organismos internacionales por el claro atropello a los derechos humanos de las mujeres, el ministerio de Afganistán declaró que no va a discutir sus políticas internas con nadie. La poeta Nadia Anjuman, en la primera toma del poder del estado talibán en 1996, a modo de protesta, escribió el siguiente poema: “¿Cómo puedo hablar de miel si tengo la boca llena de veneno? / ¡Ay! Mi boca está destrozada por un puño cruel… / ¡Ay! Por el día que rompa la jaula, / Libérate de este aislamiento y canta con alegría”.
La relación entre religión y mujeres suele ser compleja, aunque, cuando se apaga tantito el patriarcado, surgen cosas singulares. Una de las primeras místicas del cristianismo fue Hildegarda de Bingen, quien además se destacó como abadesa benedictina y polímata experta en filosofía, composición musical, herbología, literatura medieval, cosmología, medicina, biología, teología e historia natural. Aunque vivió en una época en la que el concepto del feminismo no existía como tal, Hildegarda cuestionó la jerarquía dentro de la iglesia.
Eduardo Galeano, al respecto de Hildegarda, mencionaba que: “La sangre de verdad sucia no es la sangre de la menstruación, sino la sangre de las guerras”. Además de sus extraordinarios libros y observaciones entorno al placer erótico (fue de las primeras en hablar del orgasmo femenino sin tabúes), practicó la curación holística, utilizando energías espirituales resonantes y remedios naturales para mantener la salud y curar enfermedades y lesiones. Sostenía que los seres humanos son la cúspide de la creación divina y que el mundo natural existe en armonía con la humanidad; los humanos deben cuidar de la naturaleza y la naturaleza hará lo mismo.
Otra contribución importante de Hildegarda fueron los Cánticos de la armonía celestial. Para la mística, la música es una herramienta de curación, pues tiene una cualidad terapéutica capaz de sanar el cuerpo y el alma, como una forma de reconectar con lo divino y de restaurar el equilibrio interno basada en principios matemáticos y armónicos, para crear una experiencia espiritual y sanadora.
Después de que se hicieran públicas estas leyes, las mujeres de Afganistán no se quedaron calladas (aunque sea ilegal) y se grabaron, y lo compartieron por redes sociales, entonando hermosos cantos de protesta: “Aquí estamos, nosotras las mujeres, el mundo entero, cantando la libertad como pájaros. Levántate, pueblo mío, levántate, amigo mío. Puede que me pongan las botas en el cuello o los puños en la cara. Pero con nuestra luz interior, lucharé a través de esta noche”. De esta forma la música les ayudó a alcanzar la libertad y a nosotros a escuchar sus voces, su dolor, así, pese a que un estado pretende callarlas y desaparecerlas, mientras haya oídos, escucharemos al árbol en medio de la indiferencia y el machismo.