J. Luis Carvajal
Aunque mis amigos conocen mi retrógrado gusto por los libros impresos (y mi flaca afición a la vida digital), pocos saben que volví a las redes sociales por una razón inverosímil: porque en las últimas décadas la red se ha convertido en el refugio de la poesía más viva, joven y vigente. Así lo ratifiqué el pasado dos de noviembre, cuando asistí a la primera lectura colectiva de Poesía Mexa: los poetas que se aglutinaron en torno a un archivo digital de poesía mexicana reciente (poesiamexa.wordpress.com), y que se han convertido (sin necesidad de manifiestos) en un auténtico grupo literario, con intereses y proyectos afines. Fue así como se reunieron Daniel Bencomo, Carlos Vicente Castro, María Cob, Inti García Santamaría, Diana Garza Islas, Luis Eduardo Gutiérrez, Lolbé González Arceo, Maricela Guerrero, Cindy Hatch, Lorena Huitrón, Sisi Mendoza, Eduardo Padilla, Jorge Posada y Anuar Zúñiga Naime para compartir poemas propios y poemas escritos por sus colegas ya fallecidos, en un evento que titularon, lúdicamente, “Esqueletos que bailan raro”.
Una frase de Zúñiga Naime resume el espíritu de la tertulia: “cuando yo también tenía veintitantos me gustaba decir payasadas, igual, y lo que yo decía era que no había que leer poetas muertos; luego se empezaron a morir mis amigos poetas y una de las poquitas cosas que tengo para para platicar con ellos son justamente sus poemas”. La poesía transformada en ritual mágico, en ceremonia espiritista que convoca a los vivos para invocar a los ausentes. Invisible entre ellos, durante dos horas fui un intruso fantasmal en una reunión de poetas: un testigo mudo, atento a las palabras, sensible a los gestos, empático con las sonrisas y las bromas de los asistentes. Hubo momentos conmovedores, como el poema que Maricela Guerrero leyó en memoria de Sergio Loo: “Pienso mucho en nosotres / en los filos / y los filios / hojas filosas que me laceran las manos”. Otros misteriosos, como el texto de Daniel Bencomo: “En lo que esto se escribe / operan otras formas de lenguaje / absortas como un pulso de hoyo negro / corren por delante del poema / ese viejo dragón de Komodo”. Otros desconcertantes, como el poema que compuso Diana Garza Islas sobre el funeral (ficticio) de su padre: “Papá que sube una escalera, / al intentar coger limones / y muere. / De eso / sí no hay fotos”. Y momentos demoledores, como el poema con que María Cob rememoró a Elizabeth Siddall, la modelo que posó para el (necrófilo) cuadro de “Ofelia muerta”: “A todos nos gusta ver mujeres muertas / rodeadas de flores / bañadas en agua / agonizando por hombres / pálidas y calladitas”.
Emotivas y cálidas fueron también las evocaciones de Ángel Ortuño y Luis Alberto Arellano: dos poetas mexas que murieron muy jóvenes, dejando tras de sí una obra y un recuerdo fundamentales. Junto con ellos fueron también convocados los espíritus de Gloria Gervitz, Friederike Mayröcker, José Molina, José Luis Bobadilla y Javier Raya, entre otros. Un poema de este último, titulado “Alharaca”, me hizo tiritar de asombro: “La muerte siempre tiene la puerta abierta. / No hay timbres ni campanas en su casa. / La casa de la muerte está hecha de puertas sin goznes, / ni postigos ni aldabas ni ventanas; / todo en ella es pasar, todo en su casa es tránsito”. Supersticioso como soy, cuando terminó el evento apagué las luces, abrí mi ventana, me refugié bajo las sábanas y me sumergí en el sueño como un niño, feliz porque esta noche la muerte (ese esqueleto que danza macabro) había sido conjurada por la poesía (mexa).
Nota: el evento puede consultarse todavía en la página Facebook de Poesía Mexa: https://www.facebook.com/poesiamexa/videos/3427821904197336