ALEJANDRO MURILLO
La psicopatía, desde hace mucho tiempo, ha tenido gran especulación y asombro a aquellos que la han estudiado y/u observado y es que, si al día de hoy es compleja de entender, en décadas anteriores suscitaba un sin fin de especulaciones. Entre estas destaca el hecho de que aquellas personas ubicadas como presuntos psicópatas eran, a la par, señalados como locos.
La concepción que se tiene del “loco” va más enfocada a aquellas enfermedades de tipo psicótico. Si bien, la propia palabra es más empleada, puesto que constituye un señalamiento inquisitorio y despectivo de personas que padecen de sus facultades mentales, el uso popular hace referencia a aquellos padecimientos en donde existe una pérdida de la realidad, es decir, el “loco” vendría a representar la persona quien padece de psicosis.
La palabra psicopatía hunde sus raíces en dos etimologías, la de psique: mente y la de pathos: enfermedad; la palabra psicopatía vendría a significar (etimológicamente) enfermedad mental, lo cual, corresponde la base de lo que en el lenguaje popular vendría a suplir la palabra “loco”, pero el psicópata no padece de pérdida con la realidad ni alucinaciones.
¿Por qué la constitución etimológica de psicopatía?
Una perspectiva que tengo a bien colocar sobre la mesa sobre el uso de la palabra psicópata aboga por una visión más humana. En la construcción del propio concepto de “psicología”, previo a que el término psique significara mente, ésta era referenciada como alma, años después el papel que el alma fungía en el hombre pasó a ser ubicado por la mente, ya que la mente es lo que nos da el carácter humano. Es únicamente de este modo que el empleo de la palabra psicopatía cobra un sentido más filosófico. Es la enfermedad del alma. El alma, a su vez, es aquello que nos hace humanos.
En este sentido, aquello que nos hace humanos es la capacidad de cooperar con los demás, de ser empáticos, pues es esto mismo lo que nos ha permitido cooperar como especie y, por ende, sobrevivir.
En una conferencia, un estudiante preguntó a la antropóloga Margaret Mead que cuál consideró el signo más antiguo de civilización en una cultura. Mead respondió que el primer signo de civilización en una cultura antigua era un fémur que había sido roto y luego curado. Mead explicó que, en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a beber o buscar comida. Eres una presa fácil para los depredadores y saqueadores. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso se cure. Un fémur roto y curado es evidencia de que alguien decidió quedarse con quien se lo rompió, llevarlo a un lugar seguro y lo ayudó a recuperarse. Mead dijo que ayudar a alguien necesitado es donde comienza la civilización de nuestra especie.
El psicópata no sólo no se habría preocupado por curar la pierna, sino que, incluso, el psicópata, con toda seguridad habría sido el causante de muchos huesos rotos.