JOSÉ MÉNDEZ
Alicia nació en el sitio equivocado, no pasea por jardines, no juega a hacer castillos de arena. Desde la ventana cuenta esquirlas, escucha alaridos, pasos asonantes que rebotan entre cristales. Sus sueños corresponden con lo que no ha vivido. Sus párpados sienten la pesadez de sus recuerdos (en su interior resuena Blackbird singing in the dead of night), no llora porque su silencio la delata, su voz se eclipsa, sus dientes son una trampa para un animal salvaje. Las imágenes se le clavan como alfileres en las uñas, sabe que no es este mundo. Sus pupilas flaquean, se privan de aire. En su corazón siente un bulto pesado, un estallido, una herida ardiente, un fuego inagotable. De su pecho nace una llama, primero un ala derecha, un reflejo desconocido, un pico un lenguaje atónito irreconocible, una garra izquierda, la cerrazón de lo inhumano, la quemadura de su vuelo. (Take these broken wings and learn to fly). Como en el fondo de sí misma su acústica es un talismán, crepita en voz baja vocablos que chocan en las montañas, un trino delicado que viene de un cuerpo que no se parece nada al suyo. Su plumaje es una estación que anida el cielo, una marea que graba un incendio en la planicie, su reflejo se parece cada vez a la sombra que ya no habita. Por fin, después de tanto añorar y, sin miedo a ser el juicio de su moral que no cabe en su conciencia, Alicia descubre la libertad (All your life, you were only waiting for this moment to arise).