Por Óscar Édgar López
Si lo rojo es la soberbia, esta sangre roja y soberbia en todas las pantallas nos lo comprueba, páginas viles de gente asesinada, memes frívolos de mascotas heridas, niñas que desaparecieron, niños que ahorcan por aburrimiento. La espada de lo incierto está aquí y durará su estancia hasta que fenezcamos todos, hasta que nadie ponga una coma en la página lóbrega.
Primero fue el temor, los dioses duales haciendo del vivir un tormento, luego creer en musas, en brujas y en santas y ahora: un día más en la esfera, otra mañana de dura existencia, minutos insulsos bajo el sol, boca de fuego, lucerna de lo impío.
Hoy le dedico al sol el licor de mi agobio, siento el aire pasmoso del ventilador, mi piel es gelatina, nado en mi sudor y me broncea la luz de la pantalla, esta vida es canija, porque es un mazacote de nada; lo digo sin tristeza, pero envuelto en un rojo sangre, absurda vida que está hecha de tripas.
La pieza artística de Rogelio Padilla concreta un diálogo eterno entre la artesanía y el arte, no lo termina, se afilia a él desde una gestualidad inocente, como en muchas de las artesanías populares de México (niñitos dios de querúbicas pestañas, luchadores de plástico en eterna pose coreográfica, charros panzones de papel maché). El tratamiento plástico de esta imagen, con esa textura de pared antigua, de vecindad, la cera que en el brillo recuerda y llama a la intimidad, la pirámide ensamblada con objetos, esas amarras de mecate de ixtle, todo ello aplicado y desarrollado sobre el soporte de una manera limpia y precisa; son estos elementos físicos convertidos en símbolos y bañados con “la sangre” del color rojo, es decir: con su esencia, con su carácter y acepciones o “advocaciones”; los que alimentan la idea de que estamos ante de un exvoto, este cariz sagrado por la evocación del magma vital, la pirámide ascendente, la ruptura con el plano (algunos elementos en la base de la pirámide salen del “cuadro”) hacen que la pieza se instale, holgadamente, entre el arte religioso, lo artesanal y el arte conceptual, en cuanto a sus posibilidades discursivas desde lo no retinal, sus elementos no físicos. ¿Pero a quién y por qué se dedica este ex voto?, únicamente al absurdo, único dios poliforme, multiespectral y sincero.
Rogelio Padilla es un pintor y artista gráfico cuya imparable producción suele adscribirse al discurso que oscila entre la apreciación de las raíces de la cultura mexicana y una crítica ácida que proviene de esos mismos motivos (y a ellos se dirige en cíclica condena) pues, como la “mexicanidad” es un ser vivo sin clasificación, amar sus supuestos rasgos de identidad es mantenerse en la orgia del mestizaje. Padilla es un místico del mestizaje, así nos lo hace ver en su trabajo y a través de sus “queridos rojos”, una paleta cálida hasta quemar los ojos.